La mejor forma de ver Stranger things, aunque algo así no se pueda forzar, es como se ha concebido: sin amago de cinismo, con el corazón al descubierto, reconectando con el niño interior si ya no lo eres en el exterior. Esto último nos lo han puesto especialmente fácil en la tercera temporada, que llega a Netflix hoy, 4 de julio, día en el que se desarrolla (pero en 1985) su espectacular clímax final.

Describamos el paisaje de la tercera entrega sin caer en precisiones, entre otros motivos porque Netflix lo exige respetuosamente. Sí que podemos contar, sea como sea, que en el verano de 1985 Mike (Finn Wolfhard) y Ce (Millie Bobby Brown) están insoportables, besuqueándose todo el rato. Jim (David Harbour), tutor de la segunda, está cansado de verles encerrados en su dormitorio. Si la puerta se entreabre, Ce, claro, la cierra sin necesidad de saltar de la cama: mola tener una novia con superpoderes.

AMOR ADOLESCENTE / El fervor del primer amor no es lo único que tiene absorbidos a nuestros jóvenes héroes. En Hawkins, Indiana, han abierto un gran centro comercial, el Starcourt, donde al principio de la temporada Mike, Will (Noah Schnapp), Lucas (Caleb McLaughlin) y Max (Sadie Sink) se cuelan en un preestreno de El día de los muertos, de George A. Romero. En mitad de la proyección se corta la luz y Will tiene esa sensación: algo se acerca, algo sediento de sangre, y parece peor que nunca. En los cines del Starcourt proyectan también The stuff (¡miedo!), Oz, un mundo fantástico (¡más miedo aún!) o D.A.R.Y.L. (snif aún), pero ninguno de estos clásicos de Aquellos maravillosos años son referencias importantes para los nuevos episodios. Piensen más en La invasión de los ladrones de cuerpos, en la versión de Philip Kaufman (por algo hay una zapatería llamada Kaufman Shoes en el centro comercial), la primera entrega de Terminator (estrenada en el 84 y aquí ya en 1985) y, sobre todo, La cosa, que da pie a una divertida conversación en la que se compara el trabajo de Carpenter con la New Coke. Los mejores golpes de humor llegan, de nuevo, de la mano de un Gaten Matarazzo (el sin par Dustin) cada vez más cerca de John C. Reilly en su deliciosa comicidad. También enamora Maya Hawke como un nuevo personaje, Robin.

Pero la jugadora más valiosa del equipo es, todavía y siempre, Millie Bobby Brown, alias Once, componente del joven reparto original con más probabilidades de hacer gran carrera una vez acabe la serie; en principio con la cuarta o quinta entregas. En su mirada y sus acciones se aprecian, de la forma más natural, todos los sentimientos que asociamos a la adolescencia: ese primer deseo, esa inocencia remanente, esa madurez amenazante y, cuanto más se acerca el final, ese miedo ante la imposibilidad de dar vuelta atrás, como Marty y Doc, a tiempos pasados en que todo era, a pesar del Demogorgon, algo más sencillo.