En su tercera temporada dos horas y media de duración en total, menos que las últimas películas de Tarantino, Scorsese y Malick, los creadores de 'Vergüenza' llegan a cotas inimaginables pese a que la primera y la segunda ya estuvieron al límite en cuanto al bochorno que pasan sus protagonistas y la vergüenza ajena que tenemos cuando los vemos. Jesús, el personaje encarnado por Javier Gutiérrez, es aún más esperpéntico y patético, aunque en el último episodio sus dudas sean razonables.

La serie, al mismo tiempo, se ha hecho más ácida cada temporada. Detrás de la torpeza y estupidez de la pareja protagonista y de casi todos los demás personajes, el padre de Nuria, el amigo de Jesús, los padres de él, los compañeros de la escuela de los hijos hay una crítica nada velada a las convenciones y, en esta temporada, a lo efímero de la fama. Además, una estructura de encuesta criminal que sirve para anticipar hechos y crear renovadas expectativas.

En el primer episodio, Cavestany y Fernández Armero capturan durante la cena con el padre de ella, después de lo que sucede en la pista de baloncesto, una tensión que va mucho más allá de la burla. ¿Y que acontece en el partido? Pues que Jesús pierde los nervios porque su hijo adoptivo no para con el móvil y le da una colleja. La gente le hace fotos, la pantalla de la pista lo captura en vivo y en directo, se hace viral y Jesús se convierte en la vergüenza nacional a partir de una colleja de lo más mediático.

Los autores hilan fino: hasta James Rhodes se ríe un poco de sí mismo comentando lo sucedido. Todo se dirime poco a poco entre dos conceptos distintos, el de la vergüenza ajena ese impulso incontrolable que lleva a Jesús y Nuria a hacer el ridículo permanentemente sin casi darse cuenta y el de tener vergüenza. Pero el catálogo es muy amplio: las reacciones tan o más vergonzosas de Oscar (insuperable Vito Sanz) al descontrolarse con las pastillas de un ensayo médico, la halitosis descomunal del jefe de Nuria, las obsesiones de su padre, unas timbas de cartas

Cavestany y Fernández Armero tiran también de manual clásico en cuanto a la comedia: una persecución que recuerda a Siete ocasiones de Buster Keaton, un gag extraído de los tics nerviosos del inspector Dreyfus cuando ya no puede más con el Clouseau de la serie de La pantera rosa, un disfraz igualito al del comisario Villarejo. Muy divertida. Y muy cítrica. Y triste.