Hace dos años un grupo de padres de estudiantes adolescentes de Cáceres ya dio la voz de alarma por la cercanía de una sala de apuestas al centro educativo de sus hijos. El perjuicio es evidente. «Nos hemos tenido que reciclar porque nosotros estábamos acostumbrados a atender a una persona adulta que se engancha a las tragaperras», explica Antonio Regalado, presidente de la Asociación Extremeña de Jugadores de Azar en Rehabilitación (Aexjer).

Los datos hablan por sí solos: el 8% de los jóvenes ya presenta la patología, ya son adictos.

Más cifras: el 36% empieza a jugar cuando todavía es menor, cuando se encuentra en una edad aún más vulnerable.

Pero hay una estadística más: las apuestas deportivas (lo más abundante dentro de las opciones de juego) crecen cada año un 20%. Un fenómeno que se va disparando y que se ve reflejado en el dinero que genera: si en 2012 se recaudaron más de 300 millones de euros, el año pasado fueron casi 750 millones. O lo que es lo mismo: el doble de beneficios.

¿Qué supone? Hay una nueva enfermedad entre los adolescentes de entre 15 y 16 años: el apostador compulsivo. Presenta los mismos síntomas que cualquier jugador con otro tipo de patología: ansiedad, tendencia a mentir, a robar dinero, a abandonar responsabilidad y relaciones sociales... Pero hay un rasgo único en este perfil: el alto nivel de persistencia en la obtención de objetivos.

Al igual que ocurre con el juego tradicional (el casino, el bingo...), existe un registro de autoprohibición para impedir que jueguen en salas de apuestas o por internet a aquellos que están en terapia para superar su adicción. Este registro ha aumentado un 54% en cinco años: la cifra de inscritos ya supera los 1.200 en Extremadura.