El 25 de noviembre de 1995, el Príncipe de Asturias descubría una placa en la boca de uno de los túneles de Miravete. Con este acto, simbólico y en el que don Felipe de Borbón recorrió a pie uno de los subterráneos, se inauguró el último tramo (Almaraz-Jaraicejo) de la Autovía de Extremadura (A-5), el itinerario europeo E-90, que discurre entre Barcelona y Lisboa. Atrás quedaron más de 6 años de obras, una inversión superior a 100.000 millones de pesetas y las 6 horas que costaba llegar a Badajoz desde Madrid (407,4 kilómetros entre la capital y la frontera), que se rebajan a 3 horas y medias.

Pero, esta vía rápida no sólo significó la reducción del tiempo de recorrido, sino que, como expresó José Borrell, por entonces ministro de Obras Públicas, Transporte y Medio Ambiente y actual presidente del Parlamento Europeo, permitía que la región "sea menos extrema" y potenció la riqueza extremeña con una red viaria que, "además de garantizar un tráfico seguro y más rápido, y de facilitar el intercambio de productos y mercancías, va a cumplir un objetivo superior: el ser un factor de cohesión social que integre más plenamente la rica cultura en toda la comunidad nacional y supranacional".

Si para la región, la autovía implicó la reducción de distancias y la modernización, con ella España demostró que se encontraba a la altura de Europa en infraestructuras y en su construcción, y que estas vías rápidas que, en Centroeuropa, simbolizaban el progreso y la libertad, se expandían por el territorio nacional a buen ritmo.

El presidente de la Junta, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, también recordó en ese acto que el rey don Juan Carlos le reconoció que España tenía una deuda con Extremadura. De ahí que el responsable extremeño considerase esta carretera como "un plazo más en el pago de esta deuda" y los túneles de Miravete "luz de esperanza para un futuro que será mucho más brillante".

Diez años después de este acto protocolario, cuyo aniversario se cumple el próximo viernes, la existencia de la Autovía de Extremadura, signo de futuro, denota progreso social y económico, y nadie concibe la región sin la A-5/E-90. Forma parte del paisaje con el menor menoscabo medioambiental y sólo los románticos y los vecinos utilizan los escasos tramos de la vieja Nacional V (entre Jaraicejo y Navalmoral, en Cáceres, y entre Lobón, Badajoz y Talavera la Real, en Badajoz, los más destacados).

Sin embargo, la felicidad no es completa. El desvío de la nacional trajo seguridad y tranquilidad a los pueblos a su paso. Se acabó el tránsito de vehículos ligeros y pesados por las principales avenidas y, con ello, el ruido, a veces ensordecedor, a todas horas del día y el peligro de accidentes. Pero también expiró los buenos momentos económicos de sectores como el de servicios y el contacto de los vecinos con personas del resto de España y Europa. Para el primer caso, la solución se halló en un proceso de adaptación que incluía inversiones para modificar el negocio o para instalarlo a pie de autovía, o el cierre; para el segundo, no se encontró remedio, salvo la promoción turística.

Pedro García, propietario de Talleres París, situado en el cruce de Casas de Miravete, en pleno puerto cacereño, pasó un año

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