Eran las cuatro de la madrugada de ayer, casi 24 horas después de que se produjera la primera de las explosiones en los trenes objeto del atentado terrorista, cuando se confirmaba la muerte de Eduardo Sanz Pérez, un joven madrileño de 30 años estrechamente ligado a la pedanía cacereña de Arroyo-Malpartida. Le unía a ella, a Extremadura, su esposa, Susana Caro López, sobrina de la alcaldesa pedánea, Toñi López.

El estruendo de las explosiones aún se dejaba sentir cuando Susana, madre de un niño de tres años y embarazada, telefoneó "muy preocupada" a sus padres. Estos se encontraban desde hacía un par de meses en Arroyo-Malpartida para arreglar la casa donde pasan largas temporadas, además de prácticamente todas las vacaciones. En ella, precisamente, Susana y su marido, una víctima más de esta tremenda tragedia, habían pasado unos días hacía apenas dos semanas.

La joven, natural de Barcelona --primer destino de sus padres cuando emigraron de Extremadura y antes de fijar su residencia definitiva en Madrid--, transmitió a éstos su temor por la suerte que podía haber corrido su marido, ya que Eduardo, que viajaba en uno de los trenes objetivo del atentando terrorista, "no contestaba al móvil".

Los padres de Susana, acompañados por la alcaldesa de Arroyo-Malpartida --hermana de la madre de la joven-- y los hijos de ésta, iniciaron de forma inmediata su viaje a Madrid.

Un temor confirmado

Desde las once y media de la mañana del jueves, día del atentado, buscaron sin descanso algún indicio sobre su paradero. "No sabían si se encontraba herido, en algún hospital, o figuraba entre las víctimas mortales", relataron EL PERIODICO vecinos de la familia.

Y la peor de las sospechas se hizo realidad a las cuatro de la madrugada de ayer. "Las pruebas de ADN confirmaron que un cuerpo sin vida", de los cientos que se encontraban en los pabellones de Ifema, "era el de Eduardo". El joven, esposo y padre, al que hoy lloran sus familiares y amigos, así como toda España, se encontraba desde las doce de la mañana del día de los atentados entre los cuerpos sin vida llegados a Ifema.

El destino le hizo ser una víctima más del que se ha convertido en el más sangriento de cuantos atentados terroristas se han sufrido en España.

El, como cada mañana, tomó el tren en el que a diario se desplazaba hasta su trabajo. Pero ya nunca volverá a él, como tampoco lo hará a tierras cacereñas para descansar y disfrutar en vacaciones con su mujer, sus hijos y toda su gran familia extremeña. A las cinco de la tarde de ayer todos le dieron su último adiós en Azuqueca de Henares, localidad donde residían y donde se celebró su funeral y recibió sepultura.