Han pasado más de 60 años, pero no ha conseguido olvidar. Es inevitable, asegura Angel Plaza mientras en su casa de la localidad cacereña de Pozuelo de Zarzón espera impaciente la llegada del lunes. "Nos han citado ese día en Badajoz para hacernos la prueba de ADN, por lo que confío en que muy pronto nos entregarán ya los restos de mi padre, algo que llevo esperando desde hace años".

Aunque lleva prácticamente toda su vida luchando por recuperar los restos de su padre, muerto a manos de las fuerzas franquistas hace ya 62 años, la primera vez que vio posible el éxito fue en el 2005, cuando a través de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica comenzaron los trámites para conseguir el permiso necesario para la exhumación de sus restos. "Mi padre y los cinco guerrilleros a los que mataron con él les enterraron en una fosa común junto al cementerio de Pozuelo, en una zona donde se enterraba a los que la Iglesia prohibía enterrar en el cementerio".

Las gestiones dieron sus frutos y "tras años de no parar", en diciembre del año pasado los restos de su padre y los otros cinco extremeños enterrados con él fueron exhumados, y ahora, casi un año después, Angel y dos de sus hermanas --la mayor murió hace ya 12 años-- se someterán el próximo lunes a las pruebas de ADN para saber cual de los seis cuerpos es el de su padre.

Larga espera

Para Angel Plaza la espera ha sido larga, pero se muestra feliz de poder poner fin al que, asegura, ha sido el mayor calvario de su vida. "No se trata de cerrar heridas, sino de abrir a todos el derecho a tener a nuestros familiares difuntos con nosotros y juntos", señala mientras asegura sin rencor que sus heridas ya cicatrizaron hace tiempo, "pues los que mataron a mi padre ya han desaparecido y sus hijos y nietos no tienen ninguna culpa de lo que ocurrió".

Mientras espera en su casa de Pozuelo de Zarzón, a la que como todos los años por la festividad del 1 de noviembre ha regresado desde París, donde reside, para visitar la tumba de su mujer, fallecida hace tres años, los recuerdos del pasado, que han sido muchos a lo largo de sus ya 80 años de vida, se acumulan en su mente mientras de cara al futuro tan solo el deseo de recuperar los restos de su padre se hace presente. "Solo espero poder tenerlos antes de regresar a París, donde vive mi hijo, porque así podré enterrar a mi padre y mi madre juntos en el cementerio nuevo y marcharme tranquilo, sin el temor que me supone, por mi edad, no saber si podré volver al año que viene".

Desde diciembre del 2007 en que fueron exhumados, señala, se encuentran en Badajoz, en la Facultad de Medicina, y allá, al igual que sus hermanas que se desplazarán desde Barcelona, se dirigirá el lunes con la esperanza de que tras la identificación la entrega de los restos sea inmediata. "Estoy aquí ahora solo por esta prueba y porque espero que antes de irme nos den los restos de mi padre porque estamos esperando a tenerlos para sacar los restos de mi madre del cementerio viejo del pueblo, donde están enterrados, y enterrarlos ya a los dos juntos en el cementerio nuevo".

Con ello se compensará la espera, que Angel reconoce que "ha sido larga, demasiado larga", aunque también es consciente de que "ha tenido que ser así, pues hay que entender que todo esto no se hace de la noche a la mañana, que se trata de un proceso nada fácil, y que, por tanto, ha de ser necesariamente largo".

Un difícil y largo camino

La historia de Angel Franco y sus tres hermanas, "el calvario más grande que se puede pasar en esta vida" como él la resume, comenzó hace 62 años. Vivía con sus padres, Silverio Plaza Rodríguez y Valentina Felipe Gil, en Pozuelo, donde su padre tenía una finca que fue donde, el 6 de agosto de 1946, a los 54 años y junto a cinco guerrilleros, fue fusilado.

Su padre moría, y su hermana mayor y él, "que no éramos de ningún color" se veían de la noche a la mañana presos en Carabanchel. Angel, que contaba 18 años, fue condenado a 6 años y un día, parte de los cuales los pasó trabajando en el Valle de los Caídos por 25 céntimos al día y medio día de reducción de condena po cada uno trabajado.

Conseguido el indulto volvió a Pozuelo, pero tuvo que marcharse, recuerda, "porque lo ocurrido hacía que en los pueblos pequeños resultara difícil vivir". Pasó por Bilbao, San Sebastián e Irún antes de asentarse definitivamente en París, donde reside y que tan solo deja una o dos veces al año para volver a Extremadura, a visitar en Pozuelo las tumbas de su madre y su mujer, o por algún trámite relacionado con la exhumación de los restos de su padre. Cuando los recupere y les dé sepultura, "mi principal misión habrá terminado".