A juzgar por la beligerancia con la que ha defendido Extremadura durante 30 años, nadie diría que fue el primero de su familia que nació en la región. Desde pequeño, a Juan Carlos Rodríguez Ibarra (Mérida, Badajoz, 1948) le ha horrorizado distinguirse de los demás. Y no hacerlo le costó varias reprimendas de su padre, que no soportaba que el niño se comiera algunas letras en lugar de hablar más fino, como los de Madrid.

Maestro y licenciado en filología, se afilió al PSOE en el año 1976, y en un año ya era diputado por la provincia de Badajoz en el Congreso. En una carrera meteórica, llegó a presidir la Junta de Extremadura antes incluso de que hubiera autonomía en esta comunidad. Y allí está desde hace 24 años. No en vano su hija adolescente, Leonor, dice que siempre ha sido hija del presidente de Extremadura.

Decidió quedarse en su tierra a pesar de que pudo ser ministro, tanto en la presidencia de Felipe González como con José Luis Rodríguez Zapatero. Una de sus ironías preferidas era la de la "marcha a Madrid", en alusión al camino que emprendían los candidatos del Partido Popular en Extremadura tras ser arrollados por su mayoría absoluta.

Aunque fue el más firme partidario de Alfonso Guerra, ese alineamiento no le llevó nunca a perder su buena relación con Felipe González. Simplemente le advirtió de que no estaba dispuesto a cambiar de amigos y el expresidente le respondió que él no se lo había pedido.

Del mismo modo, trabó una buena relación con Rodríguez Zapatero, y eso que su apuesta en el congreso que le eligió secretario general era Matilde Fernández y que sólo apoyó al actual líder por exclusión, cuando la otra opción era la que encabezaba el castellano-manchego José Bono.

Su descarnada franqueza es vista por unos como una virtud y por otros, como el peor de los defectos. Y ha hecho gala de ella tanto en los ataques a los nacionalis-tas como en la defensa del indulto para su amigo Rafael Vera. En las regiones con un mayor peso del nacionalismo se sabe bien.

Rodríguez Ibarra ha sido una de las bestias negras de los partidarios del Estatuto de Cataluña y de una financiación que establezca cuotas de solidaridad. Hasta rechazó el 15% del IRPF a Felipe González y el 30% que propuso José María Aznar.

Sin temer la incoherencia, fue capaz de defender en la Cámara extremeña una iniciativa contra la norma catalana que aprobó el Parlamento de Cataluña y defenderla cuando salió del Congreso. Junto a Bono y Francisco Vázquez, se opuso a que hubiera más nación que la española. Sus ataques le valieron los elogios del Partido Popular, aunque él siempre despreció unos halagos que consideró que estaban envenenados.

Culé apasionado, desmiente que sienta enemistad por los catalanes. Si acaso, por sus dirigentes en particular y por las aspiraciones nacionalistas en general.

El presidente de los extremeños es un convencido de que la política exige dedicación en cuerpo y alma. Por eso, el infarto de miocardio que sufrió en noviembre del pasado año le obligó a replantearse su futuro.

Su corazón se paró en la habitación de un hotel después de cenar con el resto de barones socialistas y enfrentarse a Pasqual Maragall. La enfermedad le sumió en un estado depresivo durante un corto periodo, en el que se limitó a ver la televisión hasta que su mujer le conminó a volver a disfrutar de la vida.

Una vez tuvo decidida su retirada, hizo gala de muy buen humor. Durante la conferencia política de su partido celebrada el pasado fin de semana en Madrid, volvió a cenar con Rodríguez Zapatero y el resto de los dirigentes socialistas y se pasó la noche bromeando.

Durante la comida apuntó que la causa de su infarto no fueron ni el estrés ni sus tres paquetes de tabaco que se fumaba diarios, sino "unas setas" que le ofreció Pasqual Maragall aquella noche.

Rodríguez Ibarra se mostraba contento. Pero esa noche se volvió a su casa a dormir. Desde el día 7 de noviembre, le da pavor dormir solo en un hotel.