Ahora que las explosiones hacen que a cada rato sus casas amenacen con desplomarse sobre sus cabezas, muchos iraquís necesitan medicinas para superar la angustia de sentir que la lotería de los misiles les ha metido en su mortífero bombo. "La mayoría viene a comprar paracetamol para los dolores de cabeza", precisa Omar, un farmacéutico del barrio de Karrada que reconoce lo estresante que resulta escuchar los misiles y no saber si el próximo va a caer sobre tu hogar.

Pese a que las bombas no dejaron de caer durante todo el día, Omar abrió ayer su farmacia, como lo lleva haciendo todos los días desde que empezó el bombardeo. El es consciente de la importancia de su trabajo y pone en marcha su farmacia empujado por el sentido del deber. "Desde que comenzaron los ataques, abro mi farmacia al menos dos horas al día, haya o no haya bombardeo", explica Omar, que se niega a que lo consideren un valiente. "Mi deber es abrir, pues sé que la gente necesita comprar medicamentos", dice. Mientras habla, dos explosiones no muy lejanas hacen tiritar los cristales.

LENTO RENACIMIENTO

Unos, como Omar, abren por su sentido del deber; otros, porque necesitan el dinero. Sea como sea, cada día que pasa, en la capital iraquí hay más tiendas abiertas. Porque hay vida bajo las bombas y, poco a poco, Bagdad va renaciendo al ritmo en que los iraquís van acostumbrándose a los ataques aéreos.

Quizá no sea más del 15% de los comercios de la ciudad los que estén abiertos. No obstante, eso ya es un cambio enorme para Bagdad, que hace tres días era una ciudad muerta por cuyas calles no circulaban más que milicianos armados del Baaz, el partido único en Irak. Entonces, fuera de las casas, no había ni rastro de mujeres ni de niños. Ayer, en cambio, las calles de Bagdad se iluminaron de nuevo con el griterío de criaturas jugando al fútbol en los descampados.

En la capital iraquí hay abiertas ya decenas de tiendas, restaurantes, farmacias, locutorios, ultramarinos, verdulerías... La gente aprovecha para aprovisionarse con lo más básico, sobre todo verduras y frutas frescas. "La mayoría de frutas son de aquí, de Irak, así que por ahora no hay problemas de abastecimiento en Bagdad", comenta tranquilo Mohamed, un tendero que dispone de lechugas, coles, naranjas y manzanas cuyo reluciente estado demuestra que realmente son frescas.

"Yo abrí ayer por primera vez, pues ya habían pasado varios días de bombardeos y sabía que la gente tiene necesidad de comprar comida", comenta Karim, otro tendero. Karim se muestra ahora simpático. Sin embargo, apenas unos minutos antes, este iraquí estaba dispuesto a denunciar a las autoridades a una periodista española a la que, pese a que iba vestida con un elegante traje de chaqueta y llevaba un bolso al hombro, había tomado por una peligrosa piloto estadounidense. "Disculpe, pero tenemos que estar atentos por si hay americanos que intentan entrar en nuestra ciudad", se excusa.

Espoleados más por la posibilidad de conseguir la millonaria recompensa prometida, muchos iraquís empiezan a ver estadounidenses por todas partes, sobre todo cuando se extendió el rumor de que hay fuerzas especiales infiltradas en Bagdad.

No sólo abren las tiendas de productos de primera necesidad. Haydar, que regenta un establecimiento donde vende películas, la mayoría de ellas las típicas americanas y musicales, se pasó la mañana reponiendo los cederroms en las estanterías. "No es la primera vez que nos bombardean. Estamos acostumbrados", afirma.

El que por el momento no haya habido una noche de bombardeos tan intensos que les haya obligado a permanecer despiertos también ayuda. "Lo de poder dormir más o menos bien por las noches hace que por la mañana la gente esté relajada y tenga ganas de salir a la calle", dice Hatim, un taxista, cuyo miedo se va diluyendo. "Antes de que el ataque empezara --dice Hatim-- estábamos convencidos de que los bombardeos iban a ser terribles; incluso temíamos que EEUU nos fuera a bombardear con armas químicas o nucleares, pero, tal y como han sido los primeros ataques, vemos que los americanos tienen otros planes".

NI CAOS NI ANARQUIA

Si muchos iraquís tienen ahora la confianza suficiente como para salir a la calle es porque los temores a que el caos se adueñara de la ciudad no se han cumplido. "La gente --explica Hatim-- ve que la situación interna está estable y que no hay anarquía. Eso nos permite respirar tranquilos".

Ahmed, el dueño de una tienda de especias en el mercado del barrio de Baia asegura que las bombas no le dan miedo. Este patriota iraquí ha cambiado su agenda desde que comenzaron los ataques. "Por la mañana --explica-- abro mi tienda y cuando cierro por la tarde me voy a casa, cojo mi Kalashnikov y me subo al tejado a ver si le doy a uno de esos aviones americanos y lo derribo".