Todo empezó con una sonrisa esbozada a medias, algo displicente, que recorrió la bancada de Vox, Cs y sobre todo el PP. La segunda jornada del debate de investidura no había comenzado, la portavoz de EH Bildu, Mertxe Aizpurua, todavía no había subido a la tribuna de oradores del Congreso y la sonrisa ya estaba allí. Pero en cuanto Aizpurua comenzó a hablar, transmitiendo los postulados habituales en la formación aberzale, el hemiciclo se llenó de barro, llevando la bronca parlamentaria un paso más allá, con toda la derecha interrumpiendo casi cada una de las frases de la diputada vasca, recordándole sin pausa los 850 muertos a manos de ETA y sobre todo recriminando a Pedro Sánchez que necesite la abstención de Bildu para ser reelegido.

Los aberzales volvieron al Congreso en el 2011, y hasta ahora habían podido intervenir sin problemas, pero todo es distinto esta vez. Su aval a la coalición del PSOE y Unidas Podemos es demasiado jugoso para que la derecha, volcada como está en proclamar el Fin de España, lo deje escapar. Así que sus tres partidos integrantes se dedicaron a reventar la sesión.

Algunos, sin embargo, optaron por no participar. Santiago Abascal, el líder de Vox, amenazado por ETA cuando era un dirigente del PP vasco, y dos diputados del partido de ultraderecha que son víctimas de la banda, Francisco José Alcaraz y Antonio Salvá, se ausentaron durante el turno de Aizpurua. Otros, como Adolfo Suárez Yllana, del PP, prefirieron darle teatralmente la espalda mientras intervenía. El resto de los miembros del PP, Vox y Cs, a quienes Sánchez llamó la «coalición del Apocalipsis», se dedicaron a interrumpir a Aizupura. Aquí un resumen:

«Sin nuestros votos, sin atender las demandas de nuestras naciones, no hay ni habrá gobiernos de progreso», dijo.

Gritos de «¡eso es así!», «¡qué triste!» y «¡qué vergüenza», junto a una pregunta dirigida a Sánchez: «¿Lo ves, lo ves?».

Aizpurua mencionó a Otegi, ensalzando su trayectoria, que incluye una condena por terrorismo.

Gritos de «¡terrorista!». Pablo Casado (PP), mirando al candidato socialista: «Señor Sánchez, ¿está escuchando?».

Aizpurua, que siguió leyendo su discurso sin apenas pestañear, se detuvo en el Rey, a quien llamó «autoritario» por su contundente discurso tras el referéndum del 1-O.

Gritos de «¡Viva el Rey!» y «¡asesinos!».

«Ustedes son el último tren hacia la última estación», dijo Aizpurua al PSOE y a Podemos.

Nuevos gritos de «¡qué vergüenza!». Casado, mucho más activo que Inés Arrimadas en esta batalla, y sin tener que competir con Abascal porque seguía fuera del hemiciclo, hizo el signo de la pistola, en alusión al tiro en la nuca de ETA.

La reacción de Batet

El candidato socialista, cuya capacidad para permanecer impertérrito ante los ataques está contrastada, intentó quedarse fuera de todo lo que ocurría a su alrededor, enarbolando un discurso sobre, entre otros asuntos, Europa y la necesidad del «multilateralismo». «¿De qué habla?», se escuchó desde la zona de la derecha. Pero en general, su intervención logró lo que buscaba: anestesiar al hemiciclo.

Todo podría haber quedado ahí. Pero Casado y Edmundo Bal (Cs) pidieron la palabra para exigir que Aizpurua se retractara de sus palabras sobre Felipe VI y estas fueran retiradas del diario de sesiones. Los diputados de la derecha aplaudieron y gritaron «¡libertad, libertad!».

«Hubo otras épocas en este país donde no se permitía la crítica ni al Gobierno ni a otras autoridades del Estado. Por suerte esas épocas han pasado. Hoy disfrutamos de una democracia plena», contestó la presidenta del Congreso, Meritxell Batet. Y aquí todos los diputados que apoyarán la investidura y los miembros del Gobierno en funciones se levantaron a aplaudir. Algunos también gritaron «¡libertad, libertad!». Esto no ha hecho más que empezar.