Del centro a la periferia. La entrada en vigor de la ley antibotellón cambió radicalmente los hábitos nocturnos de los jóvenes cacereños, obligados a emigrar al recinto ferial, a dos kilómetros del centro. Pero lo peor no fue eso. La falta de infraestructuras básicas como servicios o espacios para ponerse a cubierto convirtió la zona en un lugar inhóspito, sobre todo en las épocas más frías del año. Los que sí agradecieron el exilio fueron los vecinos de la plaza Mayor, hartos de suciedad, orines y ruidos de jueves a sábados. Del alboroto se pasó a la quietud. El centro quedó casi desierto de jóvenes y los locales de copas del entorno también lo notaron en sus cajas. Hubo establecimientos que cerraron y la plaza Mayor, desde la desaparición del botellón , no ha vuelto a ser la misma. Tampoco la capital cacereña ha vuelto a recibir la visita ocasional de turistas de copas, interesados en conocer el ambiente de noches en las que las cifras de afluencia llegaron a superar las 6.000 personas. Ahora, las costumbres han cambiado: más casero y más lejano.