En el Panteón, 10 personas. En la plaza de España, 25. En la plaza de Navona, 40. Cinco euros por un viaje de taxi que suele costar entre 8 y 10 euros. Hay que remontarse a los años 70, después del embargo árabe del petróleo, para recordar una Roma tan desierta y silenciosa.

En el triángulo de la moda del centro barroco, casi todas las tiendas cerraron por luto. La mayoría pertenece a romanos judíos. También cerró el gran almacén para jóvenes abierto por un árabe en el Corso.

El metro sólo transportaba unas decenas de pasajeros. Los taxis volaban en una ciudad donde se viaja a un promedio de 12 kilómetros por hora. "Es un prodigio", decían estupefactos un grupo de franceses que se declaraban agnósticos.

El agua de las fuentes resonaba de nuevo, se escuchaba el piar de los pájaros, se hablaba bajo por temor a molestar y se percibía el olor de las flores. Incluso de la estatua de Pasquino, lugar de las protestas populares contra el Papa-Rey y estatua que originó el nombre de pasquín a los carteles callejeros, colgaba ayer un escrito de dolor por la defunción del Papa. "¡Qué hipocresía!", refunfuñaba una señora en la plaza de Navona.

"Roma ha respondido bien", afirmaba el Prefecto (gobernador civil), Achille Serra. Una señora murió y a otra le dio una isquemia; se produjeron unos 10 infartos --sin defunciones-- y, al final, hubo entre 2.000 y 3.000 emergencias sin importancia.

El Hospital Santo Spirito, cerca de la plaza de San Pedro, tuvo un 30% más de ingresos, ninguno grave. El aeropuerto de Fiumicino canceló casi 150 vuelos.

EMERGENCIA "Roma venció con amor y eficiencia su desafío más difícil", dijo el alcalde, Walter Veltroni, que adelantó cinco millones de euros para afrontar la mayor emergencia de su vida.

Ayer por la tarde los casi tres millones de peregrinos emprendieron el regreso. La compañía ferroviaria italiana puso plazas para los primeros 150.000 pasajeros; largas caravanas de autocares se perdían hacia el norte y los buses urbanos parecían enloquecidos. Los números de las distintas líneas salían de los mismos lugares y todos recorrían los mismos trayectos: de San Pedro a las salidas de la ciudad.