Iniesta que estás en los cielos, bendito sea tu nombre. Bendito sea porque has llevado a España al paraíso, rompiendo la última utopía que le quedaba al deporte de este país. Iniesta que estás en los cielos, bendito sea tu nombre porque en ese gol, en ese disparo con la derecha (minuto 116) no solo derribó a una miserable e indigna Holanda sino que premió el fútbol generoso, osado y atractivo de una selección, la de Vicente del Bosque, que tocó el cielo para siempre.

Ganó el Mundial quien honró el fútbol. De inicio a fin, pese a empezar perdiendo. Ganó quien creyó en que esto es un juego para emocionar a la gente no para segar piernas como hizo Sneijder con Busquets o romper costillas como intentó De Jong con Xabi Alonso. Ganó, en realidad, el fútbol. Representado en la figura angelical de Iniesta, un joven de porcelana con un juego celestial.

EL TRIUNFO DEL FUTBOL A través de Iniesta, el mismo chico humilde, tímido y sereno que guió al Barça al cielo de Roma con su golazo en Stamford Bridge, llegó España a la cima. No hay nada más alto. Ni lo habrá nunca más. Hollaron el Everest en Suráfrica cosiendo una estrella en su corazón. Desde anoche y vestidos de rojo (jugaron de azul), esos jugadores, los 23, desde Casillas hasta Valdés (abrazados ambos, llorando como niños), recogieron la Copa que llevaba esperando el país desde hace un siglo. Lo mejor no fue eso.

Lo mejor es que hay un espíritu que perdurará por generaciones y generaciones. Son los pioneros del fútbol español, los que besaron esa copa dorada que ilumina un país, orgullosos de esos jugadores que han cambiado la historia. Ahora sí.

El partido resultó dramático. España quiso jugar; Holanda, no. Hubo un equipo, el de Del Bosque, que eligió el camino más díficil, pero también el más reconfortante. Quiso divertir a la gente, aunque topó con un grupo de carniceros, y no es ninguna exageración, liderados por el indigno Van Bommel, que cometieron un crimen al fútbol. Lo de anoche es una lección para el próximo que lo intente. Ni con patadas se detiene a España. Ni a Iniesta, ese futbolista que jamás se rompe por mucho que le peguen. Y le dieron por todos los lados. El provocó la expulsión de Heitinga. Si Webb, el colegiado inglés, con pinta de guardia de seguridad, hubiera sido justo, Holanda habría terminado con siete jugadores.

Iniesta provocó la expulsión, Iniesta marcó el gol, un retrato de lo que es España. Un país plural donde Puyol y Xavi paseaban exultantes la senyera por el césped del Soccer City, besándola sin parar, mientras Casillas, el otro héroe de la final, paseaba feliz la enseña nacional, con la que también se cubría Fernando Torres. Y Mata llevaba la asturiana. Todos, hasta Busquets, con la bandera de Badia del Vallés en Suráfrica, se sentían representados bajo la única bandera que conocen, la del fútbol.

DOS AÑOS GLORIOSOS A través del balón, y pese a que temieron por acabar antes en el hospital que en el vestuario, todos esos jugadores dieron a España el título que le coloca entre los grandes. Es ya la octava maravilla y puede mirar a cualquiera porque su fútbol le ha situado en el panteón de las leyendas. Forma parte de la eternidad porque es una selección que ha roto miedos ancestrales, tradiciones victimistas y, sobre todo, el aire perdedor que le acompañaban en toda su historia.. En dos años, ¡sí, solo dos años!, ha conquistado Europa primero y después el mundo.

En cada jugada, España estuvo a la altura de su honor. No fue su partido más bello, pero las finales solo se recuerdan si se ganan. Ese espíritu de reconciliación que desprendió Nelson Mandela al acabar la ceremonia de clausura no se contagió a la Holanda que ensució su historia y el imborrable recuerdo de la naranja mecánica de Cruyff.

España, no. Resistió con entereza las galopadas de Robben, conteniendo la respiración cuando miraba a Casillas, acompañado por más de 40 millones de españoles ayudándole en cada una de sus paradas providenciales. Hizo dos. Luego, Casillas rompió a llorar. Como le pasó después a Iniesta. En las manos mágicas de Iker y en esa inolvidable bota derecha de Andrés se resumió la esencia de la España más hermosa que se haya visto nunca.

Esa España que subió al estrado del Soccer City, con una estrella roja en su pecho, la prueba de que nada ya será como antes. Ni mucho menos. Ahí, en el minuto 116, está el origen de todo. Centró Torres, despejó de mala manera Van de Vaart --¡qué demonios hacía ahí jugando de lateral izquierdo!-- recogió la pelota Cesc y se la dio a Iniesta.

Así tan simple, tan complicado. Iniesta amortiguó el balón con un suave control y realizó el disparo de su vida, impulsado por más de 40 millones de españoles y el recuerdo de un amigo que murió en agosto del 2009. "Dani Jarque, siempre con nosotros", se leyó luego en su camiseta. Iniesta, que estás en los cielos, bendito seas por los siglos de los siglos.