«Mamá». Más allá del cristal está Fidela Sánchez. Es un simple vidrio, hoy empañado por la tormenta, apenas tendrá un grueso de centímetros, pero separa dos mundos en los que todo está prohibido. Ahora, para madre e hija, la distancia se mide en ventanas. «Hola mamá», gesticula Eusebia ‘Sebi’ Gómez. Fidela responde al otro lado con un ademán. Tiene 95 años y los ojos azules. Conserva un gesto tranquilo, acompasado con todo lo que le rodea, a su alrededor el tiempo parece haberse parado y ella acompaña el mismo ritmo. «Pensaba que como llovía no íbamos a venir y por eso no había bajado». «Estaba arriba, en casa», le replica. Es una habitación pero sea lo que sea, para Fidela es su casa en estos últimos siete años. Su hogar está junto al hogar de las Hermanitas de los Pobres, una residencia de mayores en el corazón de Cáceres, al paso descubierto de la ciudad. Fidela, sin quererlo --y sin saberlo también-- es protagonista de una estampa que se repite desde hace meses en la ciudad. La imagen es sobrecogedora.

Tras unos mayúsculos ventanales en los que es difícil no fijarse, esperan los residentes a que su único contacto con el exterior les reconforte tantos meses de silencio. En el reflejo aguardan una mirada furtiva o la visita de algún conocido que les recuerde que están ahí. Que no se han marchado y que van a seguir ahí hasta que puedan cruzar la puerta de nuevo. Así, durante cien días. Más de tres meses lleva Eusebia sin abrazar a su madre y desde marzo llevan los nietos sin acercarse a su abuela. Si la violenta primera ola de la pandemia desplegó su crueldad con las residencias y aisló a los mayores entre sus paredes durante meses, se vuelve a repetir la misma historia con la segunda, en este caso después de que el centro sumara cuatro contagios. De este modo, desde hace cien días Sebi y Fidela repiten la misma dinámica que acostumbran a ver los viandantes que cruzan esa acera cada día. Siempre a la misma hora, media mañana. Ambas a un lado del cristal.

Hoy llueve, a unos metros instalan las luces de Navidad. «¿Cómo va a haber Navidad?». Sigue lloviendo. El chaparrón desafía al paraguas, pero Sebi hace malabares entre las bolsas y descuelga el télefono. Felisa guarda el suyo en el bolsillo. Por señas le pide su hija que también lo descuelgue pero con la emoción no acierta con la tecla. «Cuando nos ve se pone nerviosa». Por fortuna, una sanitaria le sirve de soporte. «¿Qué has hecho hoy?». «¿Qué has comido?”. Hablan del tiempo. «Le pedimos que nos cuente lo que ha hecho en el día porque así lo recuerda». Fidela sufre demencia senil y el aislamiento ha agudizado el ritmo al que avanza. La secuela es inevitable incluso para una mujer «dura», como la define. Tan «dura» que a sus casi cien años ha sobrevivido al coronavirus y sigue pensando que fue la alergia de todos los años. «Nos decía que ya le había vuelto la tos». Y es que Felisa es hurdana. Pero de aquellas Hurdes que quedaron escritas en la memoria. De las de los años veinte. Nació y creció en Erías, una minúscula alquería que con suerte conserva el medio centenar de vecinos. En aquella Extremadura recóndita sobrevivió al infortunio de ver morir a tres hijas, a la suerte de criar otros dos, un niño y una niña, Sebi, a una guerra, a la propia vida. Dice su hija que aquella vida moldeó su carácter. Aunque resulte paradójico que diga que su madre «no expresa sus sentimientos» pero se le iluminen unas arrugas de sonreír cuando comparten las palmas de las manos en el cristal frío. Ahora las mascarillas obligan a imaginarse las sonrisas. «Es triste, da impotencia poder verla solo desde aquí». Aunque mejor eso que nada, se consuela. Sebi y Fidela son tan solo un ejemplo de una realidad que se repite en Extremadura cada día.

En la región hay alrededor de 300 residencias de mayores, una treintena son públicas y están gestionadas directamente por el Servicio de Promoción a la Autonomía y de Atención a la Dependencia (Sepad), el resto tienen competencia privada. De todas ellas, en esta segunda ola, 22 han registrado positivos por coronavirus entre los residentes, un hecho que ha obligado a cerrar sus puertas a las visitas, tal y como marca el protocolo de la Junta de Extremadura publicado en el DOE este 17 de octubre, que recoge que «en el caso de que se produjera algún caso, se producirá el cierre automático del centro y se mantendrá hasta que se considere controlada la situación por parte de la autoridad sanitaria competente. En estos casos se suspenderá el régimen general de ingresos, visitas y salidas, con las excepciones que se prevean en estos supuestos».

Esta norma precisa que solo se permitirán las visitas en residencias libres de covid, si no han tenido casos entre sus residentes o trabajadores, o bien «porque habiéndolos tenido, no hayan presentado ningún nuevo caso de infección en 14 días desde el último caso» y «siempre que no exista un mandato por parte de la autoridad sanitaria» con restricciones o aislamiento perimetral, tengan o no tengan casos. Sobre este último punto esta última semana, la dirección de Salud Pública decretó el aislamiento perimetral, y por tanto también la restricción de visitas en residencias de Almendralejo, La Roca de la Sierra, Usagre, Jarandilla de la Vera, Cabezuela del Valle, Jerte y Tornavacas y restricciones de aforos para Mérida, Plasencia, Calamonte, Corte de Peleas, Guareña, Jaraíz de la Vera, Jerez de los Caballeros, Lobón, Olivenza, Valverde del Fresno y Valverde de Leganés. Estos municipios se unen a Villanueva del Fresno, Hoyos, Perales, Cilleros, Villamiel, Villanueva de la Vera, Madrigal, Talaveruela y Valverde de la Vera.