Una de las principales preocupaciones de la curia es lograr la conservación del cadáver en las mejores condiciones posibles y evitar su descomposición antes de que reciba sepultura, casi una semana después del fallecimiento. Un técnico de Instituto de Medicina Legal de Roma, Massimo Signoracci, que pertenece a una saga de expertos en anatomía patológica, le ha inyectado un líquido por vía arterial que le garantiza al Pontífice fallecido "un aspecto higiénico y un colorido más rosado".

El sistema, que ya ha venido aplicándose de forma similar anteriormente, no siempre ha dado resultado. En 1958, durante el funeral de Pío XII, el cadáver desprendía un desagradable olor al haberse desencadenado el proceso de putrefacción. Con Pablo VI, hubo incluso que cerrar el ataúd antes de que hubiera acabado el plazo de exposición.