ETA escoge las fechas. No puede ser casual que se haya anunciado el alto el fuego al día siguiente de la aprobación del Estatuto catalán en la Comisión Constitucional. Y menos aún cuando durante todo el proceso de reforma del Estatuto había quien estaba pensando en Euskadi. Los vascos, de todo signo, observaban con interés la evolución de la vía catalana. En Madrid, defensores y detractores del Estatuto tenían en mente también el tema de la violencia en Euskadi, a veces incluso de manera enfermiza. Y supongo que también en Cataluña alguien debía de estar pensando en cómo se podía ayudar a resolver problemas que nos afectan, como es el del terrorismo.

Estoy convencido de que la evolución del Estatut ha impactado positivamente en el proceso vasco. Y no porque abra una vía catalana que ahora pueda o deba seguir Euskadi. Sino porque ha demostrado que hay vía. Si el Estatut hubiese recibido en Madrid un portazo como el del plan Ibarretxe, estoy seguro de que hoy no podríamos celebrar la esperanza que abre el alto el fuego. Pero si se hubiese encallado en el proceso negociador, si la vía catalana se hubiese colapsado sin llegar a otro destino que el enfrentamiento, tampoco. El proceso catalán ha demostrado que, si se quiere, si lo quieren las dos partes, se puede negociar. Luego, el resultado no gustará del todo a nadie, aunque disguste del todo a los partidarios del inmovilismo o del retroceso. Esto se ha probado en Cataluña. Esto vale para Euskadi. Da horizontes.

La contribución catalana al proceso vasco ha sido, fundamentalmente, no permitir que el proceso del Estatuto se colapsase. Ciertamente, también hacía falta que el Gobierno de Zapatero moviese ficha. La perspectiva vasca nos ayuda a entender algunos de los episodios de la negociación catalana. Cuando en septiembre y en enero Zapatero acude a Mas para desencallar el proceso de negociación que parece, las dos veces, abocado al fracaso, supongo que también piensa en Euskadi. Si el ejemplo catalán servía para algo al proceso vasco, para Zapatero era imprescindible que no se frustrase, que no quedase encallado ni en el Parlamento ni en el Congreso. Los acuerdos de Zapatero con Mas tienen una lógica catalana, una lógica española, y también buscan influir en el proceso vasco.

Si ayer, en el Congreso, los votos conjuntos de socialistas y populares hubiesen dado con la puerta en las narices a los negociadores catalanes, yo creo que hoy no tendríamos alto el fuego. Pero si desde Cataluña no se hubiesen hecho a tiempo esfuerzos y renuncias para impedir que el proceso catalán quedase embarrancado, tampoco tendríamos alto el fuego. Lo que sirve para Euskadi no es el texto del Estatuto, sino el camino para llegar a él: amplio consenso de las fuerzas catalanas, capacidad de negociación desde Cataluña, voluntad de negociar del Gobierno de España. Esta es la secuencia que da juego. A partir de aquí, los vascos seguirán su propia vía. Y los catalanistas deberemos continuar con la nuestra, que tiene ya 100 años de tradición, y que ni empieza ni acaba con este Estatuto, por muchos avances que contenga.

La experiencia catalana puede ofrecer otra enseñanza a los vascos: hay que aprovechar las coyunturas favorables para avanzar, pero los problemas complejos no se resuelven de un día para otro con soluciones milagrosas. Ni el Estatuto resuelve el problema catalán ni hoy podemos dar por resuelto el problema vasco. Lo que es posible, y no es poco, es hallar la vía civilizada para discutirlos.