Hay señales de alerta que son muy evidentes. Si un niño presenta quemaduras con frecuencia, y las lesiones tienen un grado distinto de evolución, no es descabellado pensar que puede estar sufriendo malos tratos y que el origen puede estar en el hogar. Lo mismo sucede si tiene heridas o magulladuras de distinto tipo y señales de estas mismas heridas ya cerradas. Cualquier profesor se alertaría ante la situación y pondría el caso en manos de las autoridades.

Pero, ¿qué ocurre si las lesiones son menos evidentes, aunque no por ello menos graves? ¿Qué pasa cuando el maltrato es psicológico, cuando el niño es humillado, insultado, amenazado o vejado en el hogar? Para ayudar al profesorado a que detecte también estos casos, el forense cacereño José María Montero presentó en las jornadas extremeñas sobre violencia de género en el contexto educativo una guía que muestra algunos de los signos que pueden motivar alarma.

El síndrome inverso

Uno de los más llamativos es el denominado síndrome inverso de escolaridad . Bajo este nombre Montero describe aquellos casos en los que al niño, por decirlo de algún modo, le gusta estar en clase, y prefiere retrasar lo posible la salida. Así, y contra lo que ocurre al resto, "desean intensamente el inicio de las clases los lunes, y los viernes rechazan abandonar la escuela". Además, cuando llegan tras el fin de semana casi han olvidado todo lo aprendido la semana anterior.

Otro rasgo distintivo es la fácil adaptación de estos niños al inicio de la escolarización, y que el niño "acude pronto a clase y es el último en irse", aunque con frecuencia se quede dormido en las aulas. También destaca su disposición a ayudar y el deseo de llamar continuamente la atención.

Todo esto, que según los estereotipos podría definir a un escolar modelo para algunos, o empollón para otros, no tiene nada que ver con estas clasificaciones. Y no tiene que ver porque, según el forense, se acompaña con cuestiones como ausencias injustificadas o repetidas, desinterés por llevar a casa los trabajos escolares, dificultades de concentración y cambios repentinos en el rendimiento.

El camino de estos niños va marcado irremisiblemente hacia el fracaso escolar, ya que en el fondo, su actitud en el colegio no es más que una huida.

Señales de los padres

Pero no sólo el comportamiento del menor envía señales claras de que puede estar siendo maltratado. También ayudan los padres al diagnóstico. Según advierte Montero, estos padres normalmente muestran un desinterés absoluto acerca de los profesores o las actividades del centro, y no se preocupan de tener contacto con los docentes que tienen a su cargo a sus hijos.

Eso sí, cuando a los padres maltratadores se les hace alguna indicación sobre el rendimiento escolar de los hijos, no sale a relucir la tradicional defensa, sino que se muestran "muy críticos con el niño, y pueden llegar a ser más contundentes que la propia escuela". Sin embargo, jamás justifican las ausencias a clase.

Cuando se den esos signos, el forense autor de la guía recomienda a los profesores, primero, si es posible, confirmar la sospecha con información médica complementaria. En todo caso, no dudar en denunciar el caso antes de que se produzcan daños irreversibles.