De todos los países del mundo, elegimos Cuba para pasar, hace veintidós años, nuestro viaje de luna de miel. Queríamos conocer esa isla caribeña que se resistía a los envites del capitalismo tras la caída del Muro de Berlín cinco años antes, como esa pequeña aldea gala luchando contra la invasión de los romanos. Nos llamaba la atención el empecinamiento de su particular Astérix, acudiendo a las pócimas mágicas de Panorámix en forma de largos discursos, mientras Obélix soportaba el peso de los menhires. Una estampa comparable con el pueblo cubano que tiraba de imaginación y alegría para sortear las luces y sombras de una revolución que convirtió a Fidel Castro en un personaje con un indiscutible lugar en la historia.

Pero las viñetas que provocan sonrisas en los tebeos nada tienen que ver con los cariacontecidos rostros de los que tienen que hacer una cola con una cartilla de racionamiento para conseguir un galón de leche, o con la mueca de esa niña mulata con ojos verdes a la que le compré un helado de fresa y chocolate en la famosa heladería Coppelia de La Habana, y un policía se lo arrebató de las manos porque “en Cuba está prohibida la mendicidad”. Eso me dijo...y la niña rompió a llorar.

Aquel viaje nos dejó muchas imágenes inolvidables. Las calles de la vieja Habana con ventanas sin cristales, el siempre frecuentado malecón, la idolatrada tumba de José Martí, la falta de iluminación en las calles al caer la noche, la granjita Siboney en Santiago de Cuba, que fue el campamento de donde partieron los jóvenes que tomaron el cuartel Moncada en 1953 y que convirtieron en un museo para no olvidar la hazaña, la exhuberante naturaleza de Sierra Maestra que sirvió de resguardo a los revolucionarios, las calles empedradas de Trinidad y, sobre todo, la capacidad del pueblo cubano para suplir con música y baile algunas necesidades perentorias. Ruido para acallar el silencio.

Para muchos, Fidel Castro pasará a la historia como el héroe que liberó al pueblo cubano y defendió a los más desfavorecidos y, para otros, será el villano que luchó contra el opresor y después se convirtió en uno de ellos. No cuestiono los logros en educación, sanidad e igualdad que ha podido conseguir el régimen castrista para su pueblo en todos estos años. Tampoco pongo en duda el daño que le ha ocasionado el embargo estadounidense estrangulando sus exportaciones sin capacidad de desarrollo. Pero, ni comparto ni apruebo la falta de libertad de expresión en cualquiera de sus magnitudes y, mucho menos, en la más grande de ellas: el diálogo público de las urnas. No sé si el castrismo sobrevivirá tras la muerte de su creador pero confío en que, más pronto que tarde, se abra un periodo democrático en el que los cubanos puedan elegir su propio destino, algo que no han logrado disfrutar en muchos años, y no solo con el comandante en el poder. A lo mejor, cuando les dejen votar, elijen seguir siendo la aldea gala del Caribe, pero que lo decidan ellos libremente. Eso es lo importante.