Cartones de huevos tintados de colores vivos y sobre ellos, el foie con verduras, el sushi de gambas, las brochetas de queso y cherry, los chupitos de salmorejo... En aquellos vasitos de cristal parecía condensarse la esencia de la noche: el glamour restallante del rojo, el brillo transparente de la delicadeza.

Pareció como si el cielo fuera varón y quisiera confabularse con las opciones cromáticas de los caballeros invitados a la fiesta: una cúpula azul grisáceo recibía a Juan Carlos Rodríguez Ibarra, a José María Saponi, a Federico Suárez, a Juan Andrés Tovar... Políticos, empresarios, bancarios, decanos, rectores... Todos prefirieron los matices del gris perla al azul marino. Sólo el subdelegado del Gobierno, Fernando Solís, rompió moldes con una americana pistacho.

Al reparar en las damas, los ojos se detenían en las tenues rosas bordadas en negro sobre el tobillo de la consejera Lola Pallero... Se demoraban en la panoplia de hueso y cereza que orlaba el cuello de la ministra María Antonia Trujillo. Ambas calzaban tacones: estilizados y puntiagudos los de la portavoz del gobierno de la Junta, más sólidos los de la máxima responsable de la vivienda en España.

¡UNA CORBATA! Era tal el cuidado en las formas, el celo en los detalles, que hubo quien, sorprendido por tanta quintaesencia, se ausentó unos minutos en busca de una corbata que encubriera la imprevisión del despistado, la premura del primerizo.

En el ambigú del Auditorio de Cáceres, irisados reflejos de rojo y vidrio volaban desde los vasitos de salmorejo, se reconfortaban en el rojo guinda del traje de María Antonia Trujillo, se irritaban sobre el blanco roto que adornaba a Lola Pallero... Chupitos sintetizando la sabiduría refrescante de la tradición extremeña, cucharitas con milhojas de arenque y torta maridando lo ajeno y lo propio... Y después, Vivaldi, las palabras y la transparencia.