Al principio de la campaña dije que el PSOE sabía que perdía. Su máxima aspiración era la dulce derrota, perder por menos del 4,5% que Aznar sacó a Felipe González en las municipales de 1995 (en plena crisis económica de España y moral del PSOE) y que significó el cambio de ciclo político en España, ya que Aznar ganó por poco las generales de 1996. La perspectiva mala era perder como González en el 95, o un poco peor. Sería un severo aviso, las cosas se pondrían horribles, pero habría esperanza si se mantenían algunas de las plazas emblemáticas (Sevilla, Barcelona, Asturias, Baleares y, sobre todo, Castilla-La Mancha y Extremadura). La tercera posibilidad era perder por diez puntos, la ventaja que el CIS da al PP en unas generales. En este caso, las perspectivas eran negrísimas, ya que las municipales tienden a suavizar los resultados por el efecto de los factores locales (así, los resultados de 1999, el 2003 y el 2007 fueron muy equilibrados).

Y se ha dado la peor de las alternativas. El PP ha ganado con una diferencia de dos millones de votos, el 10%, el doble que Aznar en 1995, por lo que el mantenimiento de alguna plaza importante pierde casi toda la relevancia. La primera vez que los electores han ido a las urnas tras el estallido de la crisis han propinado una patada extraordinaria al PSOE. La crisis es la causa principal, pero hay otras muchas razones del desencanto socialista. En especial la incapacidad de explicar políticas complicadas y la sensación de que Zapatero ha gobernado con exceso de frivolidad. Ante la dura crisis, la subida del paro y la ruptura de expectativas, los electores se han inclinado por la propuesta, algo simplista, del PP: la culpa es de Zapatero y la mejor solución es el cambio de Gobierno.

Aparte de unas posibles generales anticipadas --que no son probables si se mantiene el pacto PSOE-PNV--, los socialistas tienen una papeleta endiablada. El Gobierno no tiene margen para cambiar la política económica. El electoralismo es imposible, porque solo el rigor ha permitido que España no entre en el pelotón de países enfermos del euro que van a sufrir políticas mucho más duras. No tiene líder con el que ir a las generales y el liderazgo moral de Zapatero está por los suelos. Y se ha dotado de un sistema para elegir el sucesor --las primarias-- con ventajas pero también trampas. La realidad es que la única vez que se usaron las primarias el relato fue pavoroso: el secretario general que las convoca (Almunia) es derrotado por el outsider Borrell; este es obligado a dimitir por un escándalo; vuelve Almunia y las elecciones del 2000 dan la mayoría absoluta a Aznar.

Y a estas primarias van a concurrir dos pesos pesados del partido sin grandes diferencias ideológicas pero con perfiles contrapuestos. Rubalcaba es la tradición y la experiencia a prueba de bomba. Chacón es la voluntad de renovación (no de ruptura) y la apertura al mundo más joven.

Eso es lo que hay y no se ve la chispa (salvo que las primarias hagan milagros) para revitalizar al electorado del primer partido de la izquierda y evitar que la mayoría absoluta de Rajoy sea superior a la de Aznar en el 2000.