El rumor se extendió ayer como la pólvora entre los habitantes de Basora. El subsuelo de la sede local del Departamento de Seguridad, donde el régimen de Sadam Husein castigaba desde delitos comunes hasta políticos, despide un olor nauseabundo. Ayudados de picos y palas, los más fuertes comenzaron a cavar, mientras el resto rebuscaba entre los archivos ya saqueados y los documentos oficiales alguna pista de desaparecidos.

Sólo cuando se oyó una ráfaga de ametralladora y aparecieron tres blindados británicos, el gentío aceptó dispersarse. "Ya hemos excavado esta mañana y no hemos encontrado nada; hay tanta gente que ha desaparecido...", afirma el oficial británico al mando.

3.000 SOLDADOS

Cinco días después de la entrada de las tropas de la Séptima División Acorazada, Basora sigue siendo una ciudad sin ley. Un contingente de 3.000 soldados, que atrincheran sus posiciones detrás de sacos terreros y apenas realizan patrullas, es incapaz de mantener el orden en la capital shií de Irak. Los comercios están cerrados a cal y canto; los restaurantes y hoteles, protegidos tras un muro de ladrillos elevado apresuradamente; y las sedes de bares y edificios gubernamentales, ennegrecidos por las llamas.

"Esto no es una guerra de liberación, es una guerra de destrucción", se queja Ala Mohamed Thyeh, cabeza de una de las familias más adineradas, empobrecida por el régimen y 12 años de sanciones.

Thyeh todavía no ha podido reabrir el hotel que regenta en el viejo Basora. "La ley y el orden son más importantes que el agua y la comida, porque sin ley y orden no podemos sobrevivir", sentencia. Pero de momento nadie puede garantizar nada en Basora. En su retirada, las fuerzas iraquís, dejaron un reguero de armamento sin usar, que ya ha sido pasto de los delincuentes comunes y rateros. "En mi casa tengo un kalashnikov y dos granadas de mano. Debo protegerme", explica Moayed Yassen Abbas.

Gran Bretaña y EEUU son ahora "potencias ocupantes y están obligadas a establecer el orden y poner coto a los desmanes, según la ley internacional", dice Moayed. Pero, de momento, por "un puñado de dólares se puede conseguir un arma", añade.

EL AGUA, EL DOBLE DE CARA

No hay que rebuscar en exceso en el paisaje urbano para hallar los restos de los cuatro días de pillaje y saqueos que han sacudido la ciudad. Un todoterreno arrastra una enorme cisterna de agua sin ruedas dejando en la carretera un reguero de chispas y humo. No hay gas y no hay con qué cocinar y el precio de un bidón de 20 litros de agua se ha duplicado.

Nadie se ha molestado todavía en retirar los restos de la desigual batalla que enfrentó durante dos semanas a las tropas de la 51 División Acorazada iraquí y a los fedayines con las fuerzas anglo-norteamericanas. Junto a la carretera que conduce a la península de Fao yacen los restos calcinados de viejos tanques de fabricación soviética, comprados a precio de saldo a la URSS.

Y aunque los mandos militares se niegan a reconocerlo, el caos amenaza con engullir a los liberadores de Irak.