El concepto implica olvido y abandono. Y la última alerta se ha dado esta semana. Extremadura ha entrado en fase de desertización, una realidad que supone vacío, pérdida y aislamiento. Y que conlleva una temida consecuencia: la desaparición de los pueblos más pequeños, que se quedan sin vecinos y sin estructura para pelear por su supervivencia. El futuro inquieta y obliga a buscar estrategias para invertir la tendencia. Es la conclusión y advertencia, a rasgos generales, que lanza el Atlas Socioeconómico de Extremadura 2017. «En el periodo entre 2011 y 2016 la región ha sufrido un proceso de despoblación generalizado», alerta la autora de este analítico informe, la profesora de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Madrid, Coro Chasco.

Causas de sobra conocidas: a la baja natalidad y el envejecimiento hay sumar la ausencia de inmigrantes -quienes lograron rejuvenecer el censo- y la marcha continua de los jóvenes a otras regiones o países porque el mercado laboral los expulsa. «La población va desapareciendo, lo que afecta enormemente a la economía del municipio, produciéndose en muchos casos el abandono del cultivo de las tierras», reza el estudio para reflejar otra de las consecuencias de esta sangría.

Esta es la cuarta edición del atlas -las anteriores son de 2009, 2011 y 2014-, que hace una radiografía de los 388 municipios que componen Extremadura. Está editado por la Junta y dirigido por el Instituto L.R. Klein-Centro Gauss (Universidad Autónoma de Madrid).

CAMBIO DE FASE / Los resultados dicen que si entre 2006 y 2011 hubo una tasa media positiva de expansión (+0,42%), durante los siguientes cinco años se pasó a negativa (-0,39%), lo que significa cambiar a fase de desertización. La intensidad de esa marcha atrás es más acusada en la provincia de Badajoz (de +0,60% a -0,29%) que en la de Cáceres (de +0,12% a -0,57%), aunque el problema demográfico, en general, perjudica más la zona cacereña.

En la provincia pacense, por ejemplo, mancomunidades como Tierra de Barros o Lácara-Sur se encontraban, aunque tímidamente, en fase de crecimiento, pero en el último lustro han arrojado un resultado igualmente negativo. Las áreas sur y este de Badajoz son las más afectadas, mientras que en la provincia de Cáceres son el sureste (como Campo Arañuelo) y el suroeste.

CIERTA ESPERANZA / También se atisban puntos en positivo y para la esperanza. Coro Chasco pone de ejemplo a municipios como Moraleja, Losar de la Vera y Zalamea de la Serena, que al menos han logrado disminuir la caída poblacional de los últimos años. Señala, además, a la mancomunidad de Tierra de Barros, donde el colectivo de las mujeres está jugando un papel muy importante.

El informe dice que las zonas que registran la población más joven son Lácara-Sur y Guadiana, donde la edad media ronda los 42 años; mientas que la más anciana, con habitantes de más de 50 años de media, es la de Villuercas-Ibores-Jara.

Si se analiza por municipios, Campillo de Deleitosa, cuyos vecinos rondan los 70 años, es el pueblo más viejo de Extremadura. En el otro extremo se encuentra Talayuela, calificado como el más joven, cuya población oscila, de media, en torno a los 37 años. Ambos municipios se sitúan en la provincia cacereña; en este último, la comunidad inmigrante, sobre todo procedente del norte de África y dedicada a las tareas agrícolas, es la más numerosa de la región.

El nuevo atlas de Extremadura viene a ratificar un panorama que deja poca confianza en el futuro pero que es de sobra ya conocido. Los datos del INE vienen alertando desde hace cinco años que la comunidad pierde población. Afecta a las pequeñas localidades (más de la mitad sobreviven con menos de mil habitantes y hay 48 en riesgo de desaparición, 43 en la provincia de Cáceres y 5 en la de Badajoz). Pero también esta sangría hace mella en los siete grandes municipios extremeños -Badajoz, Cáceres, Mérida, Plasencia, Villanueva de la Serena, Don Benito y Almendralejo-, que pierden habitantes debido, principalmente, a la emigración de los jóvenes.

Al igual que comunidades como Asturias o Aragón, la región tiene por delante la ambiciosa tarea de crear contextos que permitan el asentamiento poblacional, que pasan por la creación de empleo. De lo contrario, la amenaza de desierto siempre estará presente.

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