Las tornas han cambiado. La marca PP ya no constituye aquel estigma del que apartarse como una maldición. No le votan, pero le permiten gobernar. La marca PSOE no es que venda mal, es que resulta puro veneno para la taquilla y las urnas. La disyuntiva o nosotros o la derecha ya no funciona. La gran novedad que ofrecen los ayuntamientos constituidos tras el 22-M se resume en que el PP ya no necesita ganar por mayoría absoluta para gobernar en la mayor parte del Estado. Con su abstención, UPD le ha facilitado acabar de barrer a los socialistas del poder municipal en Madrid, empezando por Pedro Castro, emblemático alcalde de Getafe desde 1983. E IU le ha suministrado las abstenciones que necesitaba para acreditar que los socialistas no son invencibles, ni siquiera donde lo parecían, en la Extremadura o la Andalucía más profundas. Incluso el nacionalismo de izquierdas --BNG-- le ha facilitado el acceso a unas cuantas alcaldías de gran poder simbólico, como Fene, el corazón rojo del Ferrol.

Paradójicamente, la marca PP convence menos a quien debería ser un público más receptivo. Los populares se entienden peor, o solo a ratos, con quienes fueron de los suyos: el Foro Asturias de Cascos o UPN. Acaso porque en semejante entorno familiar no funciona igual la lógica de que más vale malo conocido que bueno por conocer.

Un especialista en mercadotecnia aconsejaría al PP concentrarse en un márketing de mantenimiento, conservar la demanda en su estado de plenitud actual, evitando que se disparen las expectativas y comiencen a generar votantes insatisfechos. Rajoy y su partido deben resolver un dilema: seguir apostando por una estrategia que lo fía todo al adelanto electoral y a evitar hablar de política invocando las hadas de la confianza y la austeridad, o tomar las decisiones que deberán adoptarse para abonar las facturas que dicen que están sin pagar, porque les han votado para que las paguen.

Los socialistas necesitan con urgencia eso que los expertos denominan márketing inverso, dar la vuelta y positivar la visión negativa de una marca que genera rechazo entre la mayoría del electorado. Y hacerlo sin perder la confianza de quienes se han mantenido fieles contra crisis y paro. En esa estrategia, resulta central la cuestión del adelanto electoral. Más tiempo antes de votar supone más margen para reflotar la marca o para seguir hundiéndola, o viceversa.

Este mismo fin de semana se han constituido los ayuntamientos y desmontado la mayoría de las acampadas. Lo han hecho entre caceroladas y cargas policiales. Si los ayuntamientos y los parlamentos no van a los indignados, serán los indignados quienes irán a consistorios y hemiciclos. Y quien quiera entender, que entienda.