Triana tiene casi cuatro años y mucha curiosidad por aprender, aunque el miércoles le costó un poco comenzar el cole, cuenta su madre Rocío Carreres. «Ha venido algo nerviosa y menos habladora. Es una niña cariñosa, risueña, cabezota y me muero cuando la veo sonreír y me dice que es feliz. Pero no es fácil. Al principio me sentía mal por escolarizarla y cada nuevo paso que da me llena de miedos: ¿estará bien? ¿cómo la tratarán sus compañeros?...». Y esos miedos reaparecen con el inicio del nuevo curso aunque sabe que ella está en buenas manos en el colegio público Moctezuma, en Cáceres, donde acaba de comenzar 2º de Infantil.

Los ojos de Triana no pueden ver más que la claridad del día, porque nació ciega debido a una enfermedad de la retina llamada amaurosis congénita de Leber. «El cole es divertido, hoy he jugado con la arena», cuenta la pequeña tras el primer recreo de este curso. Juguetea bajo la atenta mirada de una maestra muy especial que se ha convertido en una especie de un ángel de la guardia para la familia. Es Carmen, una docente de la ONCE que lleva trabajando con la pequeña desde que tenía 4 años de vida y que este curso la acompaña tres días a la semana en el colegio. También tiene el apoyo de su tutora, de una cuidadora y de un profesional de servicios a la comunidad.

Alberto, de 3 años, acaba de empezar Infantil en el colegio Miralvalle de Plasencia.

LOS MATERIALES / Pero Carmen es la encargada de adaptar todo el material escolar de Triana, que sigue el ritmo de las clases con los mismos libros que sus compañeros pero a través de sus dedos. Tiene marcada con una flor de goma eva la percha donde cuelga cada mañana la mochila, su silla y su cajón de las tareas. «En este mundo en que todo es visual se pierde muchas cosas, pero ella se queda con todo a través del oído», cuenta la docente, que pertenece al equipo especial de atención a deficientes visuales de la consejería gracias a un convenio con la ONCE, a través del que atienden a 128 estudiantes ciegos o con dificultades visuales en toda la comunidad (nueve de ellos en la universidad). «Tenemos la ventaja de que está la ONCE, que ha aportado muchos recursos para que los colegios ordinarios estén preparados, sin ellos sería imposible que Triana estudiara aquí», destaca la madre.

Ángela, de 16 años, ha completado la ESO en un centro ordinario y este curso irá a Aexpainba.

La Consejería de Educación también cuenta con otro equipo especial para atender a los escolares con dificultades auditivas, como Elsa, una niña de 7 años que estudia Primaria en el colegio público General Navarro de Badajoz. «Está encantada con la vuelta porque le gusta mucho el cole, es una niña muy sociable y abierta», dice su madre, Lola Alba. La pequeña tiene una discapacidad auditiva bilateral y lleva desde los cinco meses una prótesis en cada uno de sus oídos que le hacen la vida más fácil, «aunque también se maneja bien sin ellas, tiene sus habilidades». En el colegio recibe apoyo de un logopeda y un especialista en Audición y Lenguaje que le ayudan a reforzar los contenidos y solventar los vacíos que a veces ocurren, porque «para aprender a escribir es necesario oír todo bien».

Lola considera que la escuela en general tiene medios para atender la discapacidad en el aula, «aunque podrían ser muchos más y no esperar a ponerlos en marcha el 1 de octubre», y cree que depende sobre todo de la implicación y la sensibilidad de los profesionales. Pero al final, dice, el miedo siempre está ahí. «Si todos nos enfrentamos a dificultades diarias, a una niña con una discapacidad no sabes si esa dificultad le hará cerrarse o crecerse y ese miedo es continuo».

La entiende bien Raquel Sánchez, la madre de un niño de 3 años con atrofia muscular espinal tipo 1 -la más severa que existe- que acaba de comenzar su etapa escolar. La clase de 1º de Infantil del CEIP Miralvalle de Plasencia, donde acude el pequeño Alberto, se ha convertido en un ejemplo de integración. Gracias al empeño de sus padres y al apoyo del colegio y de la consejería, ha comenzado el cole con el periodo de adaptación y «superfeliz porque está rodeado de niños, tiene estímulos por todos lados... creo que va a estar muy bien», apunta Raquel.

LIMITACIONES / Junto a su marido, decidieron solicitar plaza para Alberto en un colegio ordinario, en el mismo que estudia su hermana. Pese a las numerosas limitaciones físicas que tiene, su madre destaca que, precisamente, «lo mejor es que vea desde el primer momento la realidad, lo que puede y no puede hacer, que lo interiorice desde pequeño para que no se dé el batacazo de mayor y en el futuro se vea limitado». Cuenta que su hijo no tiene afección cognitiva y, «aunque ahora no tiene los conocimientos de un niño de tres años, eso no quiere decir que no los alcance».

A los padres de Alberto les ofrecieron plaza en el aula abierta del colegio Alfonso VIII y el equipo de atención temprana concluyó que debía ir al colegio especial Ponce de León, pero ambas ofertas las rechazaron porque quieren que su hijo tenga una educación normalizada: «no voy a ser yo quien le ponga límites a mi hijo, que bastantes le pone ya la enfermedad».

La dirección del colegio público no puso inconveniente, siempre que Educación le facilitara los recursos necesarios para atender a Alberto, explica su director, José Sánchez. Estos son una enfermera a jornada completa y una profesora de apoyo para el aula porque «queremos que la clase se desarrolle con normalidad y no interfiera en los demás alumnos». Y estos primeros días en el colegio han sido «alucinantes; tengo muy buenas sensaciones de lo que he visto», porque su madre está tutorizando ahora a la enfermera en el manejo de las complejas máquinas que acompañan a Alberto. Una vez que no sea necesario, ella saldrá del aula y, aunque confiesa que tiene miedo de los virus o de que suceda cualquier cosa, «tenemos que delegar un poco, no puedes tenerlo siempre atado a ti. Estamos convencidos de que es lo mejor para él».

LA DECISIÓN / Lo mejor para Ángela o al menos lo menos malo para ella es empezar una FP Básica en el centro especial de Aexpainba en Badajoz, aunque eso supone abandonar la escuela ordinaria en la que siempre ha estado escolarizada. Pero a sus 16 años, Ángela terminó la ESO y no tiene la opción de seguir formándose si no acude a un centro especial. Ella quiere estudiar y convertirse en cocinera, pero hace tiempo que asumió que no dependía de ella: «haré lo que me dejen hacer», le dijo un día a su padre, José Mª Fernández Chavero. Y eso es precisamente lo que más duele: «que ella no ha podido elegir, que no se ha respetado un derecho tan fundamental».

Lo que Ángela tenía claro es que no iba a repetir 4º de la ESO solo por mantenerse en la escuela ordinaria. «Me dijo que igual que sus compañeros que tenían todo el curso aprobado no repetían, ella tampoco y nos dio un sentido de realidad importante», cuenta su padre, que lleva años luchando por lograr que los alumnos con discapacidad puedan lograr el graduado en ESO y por ciclos de Formación Profesional adaptados.

Porque Ángela, con síndrome de Down, no puede tener el título de ESO pese haber aprobado toda la etapa con adaptaciones. «Hemos salido del sistema educativo ordinario sin papeles y por la puerta de atrás, esa es la sensación que nos queda». Ni tampoco obtendrá el título de administrativo en la FP que acaba de comenzar, solo tiene derecho a un certificado. «Todo el mundo está de acuerdo y me dice que sí, pero nadie hace nada. La educación integradora no es real y mucho menos es inclusiva». Y lo argumenta: «aunque se estudie en un centro ordinario hay que ver en qué condiciones está ese alumno, si está ocupando una silla o está integrado en la clase. Y luego, llegará un momento que no hay más posibilidades de continuar», critica.

Desde la Consejería de Educación, la jefa del Servicio de Atención a la Diversidad, Silvia Rodríguez, apoya la petición de Fernández Chavero pero dice que depende exclusivamente del Ministerio de Educación. No obstante, considera que el sistema educativo extremeño sí es inclusivo.

INFORME PSICOPEDAGÓGICO / El curso pasado hubo 1.937 alumnos con necesidades educativas especiales matriculados en centros ordinarios de la comunidad. Se trata de escolares que tienen discapacidad física, psíquica y sensorial o trastornos graves de conducta. También hubo 670 alumnos escolarizados en centros de educación especial y otros 139 que cursaron una FP Básica en colegios especiales y ordinarios.

La decisión de acudir a un centro u otro queda en manos de los equipos de atención temprana, que son quienes determinan, tras una evaluación psicopedagógica, los recursos necesarios y el tipo de escolarización más adecuado para un menor, explica Rodríguez. «En los centros ordinarios contamos con aulas especializadas para escolares con trastorno del especto autista (21) y con maestros especialistas en Pedagogía Terapéutica y en Audición y Lenguaje que están en todos los colegios y que dan prioridad a los alumnos con discapacidad», cuenta la jefa del servicio. Luego también hay personal no docente como auxiliares, fisioterapeutas, ATS o intérpretes de lengua de signos donde se necesitan, prosigue.

RETOS / A su juicio, «estos recursos son suficientes» y «la inclusión educativa es una realidad desde que hace muchos años se decidió que hubiera técnicos que valoraran si podía ser más beneficioso para un niño con discapacidad ir a un centro ordinario». Pero quedan retos pendientes. ¿Qué más se puede hacer? «Nuestro principal objetivo es que todo el alumnado consiga las competencias y los objetivos de cada una de las etapas y las habilidades que le permita integrarse en nuestra sociedad. Y es un reto continuar disminuyendo el abandono prematuro y el fracaso escolar, que todos nuestros alumnos consigan una titulación para acceder a un empleo, adaptado o no, y que tengan una formación integral que les permita ser cada vez más autónomos en la sociedad». Es lo que quieren también los padres de Triana, de Elsa, de Alberto, de Ángela,... y de tantos otros extremeños.