Capítulo primero. Todo empezó el 11-S. Aquel día en Nueva York se empezaron a ver imágenes escalofriantes. Pero tras dos horas de escenas cada vez más dantescas, el macabro espectáculo cambia: el Gobierno de EEUU, consciente del daño que esas imágenes infligían a la moral del pueblo americano, ordena a las teles que las controlen. Esta autocensura busca evitar la truculencia y la morbosidad, pero un exceso de celo también puede provocar una censura informativa.

Capítulo segundo. El drama audiovisual tuvo su contrapunto el 11-M. Aquel día Madrid se despertó a bombazos y se desayunó en todas las teles con las imágenes más descarnadas y duras de la carnicería que se vivió en los trenes de la muerte. Aquí no hubo autocensura, sino borrachera de imágenes en las que se confundió información con morbosidad en esa pervertida carrera televisiva que busca ser la primera en llegar y la más vista.

Capítulo tercero. El 7-J, un atentado terrorista sacude el centro de Londres hacia las nueve de la mañana (hora española), y a las cuatro de la tarde se dan los primeros datos oficiales de muertos y heridos. Se dan las cifras, pero no aparecen las víctimas. La autocensura ha llegado a su paroxismo con una información audiovisual aséptica, con bucles de imágenes repetidas hasta la saciedad que provocan algo más grave que la desmoralización: el desasosiego ante la incertidumbre de no ver para saber en qué creer.

Y a este desasosiego se suma el desconcierto que provoca en Londres saber que en Europa están informando del número de víctimas, mientras que el Gobierno de Blair calla. El ministro del Interior italiano dijo a las 13.40 horas que había más de 50 muertos, y el Gobierno británico no da la cifra de 33 hasta las 16.00 horas. ¿Y qué creer cuando el primer ministro francés Nicolas Sarkozy sostiene en TF-1 que hay más de 50 muertos, y en Londres siguen clavados en 37? ¿Qué precio en credibilidad pagarán las TV y el Gobierno británicos? Entre la autocensura y el morbo se debe informar sin herir ni censurar. Ojalá no haya un cuarto capítulo para comprobarlo.