En la reunión que celebraron ayer mandos militares norteamericanos en Bagdad con los representantes del Comité Internacional de la Cruz Roja en la capital iraquí, un coronel de EEUU se declaró estupefacto por los informes de que estaban siendo saqueados todos los hospitales de la ciudad. "Pero ¿qué hace la policía iraquí?", exclamó, al final, el alto oficial estadounidense.

Por supuesto, los agentes policiales iraquís se esfumaron el mismo miércoles en el que desaparecieron de Bagdad las fuerzas militares de Sadam Husein, después de tres semanas de demoledores bombardeos contra las sedes de la seguridad del régimen en la capital. En dos días, todas las comisarías de la ciudad han sido saqueadas y muchas incendiadas, incluida la infame Dirección General de Seguridad, cuyos sótanos fueron arrasados en busca de los presos políticos desaparecidos. Pero las mazmorras estaban vacías. "Deben estar todos muertos, Dios se apiade de sus almas", sollozaba ayer una mujer que llevaba buscando a su hermano desde el año 1980.

HERIDOS POR LOS SUELOS

En el resto de la devastada ciudad, cinco grandes edificios ministeriales estaban en llamas y las muchedumbres --en ocasiones incluyendo familias enteras con niños de sólo 10 años-- se entregaban a un desenfreno de pillaje en edificios oficiales y comercios. "Diablos, no es mi trabajo detenerles" espetó un marine norteamericano, mientras encendía un cigarrillo, a un enviado de la agencia Reuters.

Las escenas más aterradoras se desarrollaron en los hospitales, desvalijados de los escasos medios médicos con los que trataban de atender a la riada de víctimas de la guerra. Los saqueadores llegaron a tirar al suelo a los heridos para robar las camas. Los centros sanitarios quedaron asolados. Los médicos corrieron a sus casas para proteger a sus familiares, los pacientes capaces de moverse huyeron de aquel horror y los enfermos más graves fallecieron por falta de asistencia. Los cadáveres quedaron esparcidos en pasillos y patios.

Junto al aeropuerto, voluntarios con máscaras y guantes trataban de arrancar, con palas, los restos humanos carbonizados, adheridos a los hierros retorcidos de los vehículos militares y civiles destruidos por los tanques y bombarderos de Estados Unidos.

Con el sistema médico y sanitario en ruinas, y los cadáveres abandonados en las calles bajo un calor asfixiante, la Cruz Roja alertó sobre la amenaza de epidemias y lanzó un "llamamiento urgente a las fuerzas de la coalición y a todos los que tengan autoridad" para proteger las infraestructuras esenciales del país. Los altos mandos de EEUU llegaron a un acuerdo para empezar a patrullar la capital en la noche de ayer y el secretario de Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, aseguró que sus fuerzas harían "todo lo posible para evitar los pillajes".

Sin embargo, Rumsfeld arguyó: "Los saqueos forman parte del proceso de transición". También subrayó: "La tarea primordial es prevalecer en este conflicto. Lo primero que tenemos que hacer es ganar la guerra". Aunque el portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleischer, proclamó que el régimen de Sadam había dejado de existir, Washington seguía ayer negándose a dar la guerra por terminada, ante la persistencia de enfrentamientos armados en varias zonas del país. Tanto en Bagdad como en otras poblaciones, los controles militares de EEUU causaron víctimas civiles al ametrallar coches sospechosos. Así perecieron dos niños, tiroteados por las tropas en Nasiriya.

DESORDEN EN EL KURDISTAN

En el norte, la ciudad de Mosul se rindió a los peshmergas (guerrilleros kurdos), pero éstos se retiraron de la capital petrolera de Kirkuk --capturada el día anterior--, a instancias de EEUU y ante las amenazas de Turquía, que advirtió de que enviaría observadores militares a la zona para asegurarse de que no se creaba una entidad nacional kurda independiente en la región. El mayor drama era, de nuevo, la anarquía desencadenada en el Kurdistán ante el vacío de poder.

En el sur, Basora era igualmente una ciudad sin ley, sometida al pillaje y la barbarie, sin que las fuerzas anglo-norteamericanas detuvieran los desmanes.

No cabe duda de que las tropas invasoras no se habían preparado para mantener la ley y el orden después de ganar la guerra, y puede que no tengan medios ni soldados suficientes para detener el caos. Pero el Pentágono debería haberlo previsto, puesto que en este momento sus fuerzas militares están violando la Convención de Ginebra de 1949, que recoge el deber de garantizar los servicios médicos.