Sergei Eisenstein, director de ´El acorazado Potemkin´, era también un gran teórico de la imagen y el montaje. Suyo es un experimento que demostraba cómo un mensaje determinado modificaba su significado por las imágenes que lo rodeaban. Lo que Eisenstein defendía era que el ambiente es decisivo para explicar una imagen, y así muchos observadores coincidían en señalar que la foto de la cara de un hombre expresaba, por ejemplo, alegría cuando estaba dentro de una serie mientras otros observadores también coincidían en señalar que esa misma foto denotaba tristeza --o estupor, o miedo, o expectación, etc.-- si estaba dentro de una serie distinta a la primera. Ningún mensaje, por nítido e interesante que pueda ser por sí mismo, es capaz de salir inmaculado si se le somete al influjo del medio en que se encuentra.

Viene esto a cuento porque tal vez sería saludable que los electores tuviéramos en cuenta ese pequeño juego para evitar caer en la trampa que nos proponen las campañas electorales, que son, en el fondo, la melodía de seducción que nos interpretan quienes se presentan a ellas. Trasladado al experimento de Eisenstein, un candidato y/o un partido tratan de rodearse durante la campaña de aquellas imágenes (de aquel contexto, de aquel ambiente) que nos inducen a pensar que tenemos que votarlos. ¿Por qué no decidimos saltarnos ese juego, prescindir de la campaña, y analizar qué han hecho durante los 4 años anteriores, cuando no habían iniciado la ceremonia del cortejo? Puede que la conclusión que sacáramos fuera más cercana a la verdad de sus promesas que las proclamas de estos 15 días, en que todos aparecen como pavos reales.