El dicho "Dios escribe derecho con renglones torcidos" se cumplió en la llamada al sacerdocio de Enrique Gómez, párroco de Miajadas que, con otros tres compañeros, atiende siete municipios. Según cuenta, la economía de su pueblo (Talayuela) "no daba para mucho" en los 50 y siendo "de familia muy pobre", los que, como él, querían estudiar, iban al seminario. Allí, los monaguillos veían los partidos en la tele del párroco y los ojos de Enrique iban de la pantalla a los filetes de su mesa. Un día le dijo a su madre: "Quiero ser cura para comer filetes", ya que solo comía pollo por Navidad. Así el seminario le permitió estudiar, pero luego fue "calando fuerte la persona de Jesús". Entonces, se preguntó cómo era posible que los trabajadores, como su padre (cortador de pinos), estuvieran lejos de la Iglesia y la Iglesia de ellos, cuando Jesús se acercó a los trabajadores y pobres, y se dijo "quiero ser cura para que los trabajadores conozcan cómo les quiere Dios".

Ese punto de vista no ha estado exento de dificultades y, siendo "hijo de los 70", considera que el Concilio Vaticano II y la Transición configuró en sus inicios (y de su compañero Agustín, con el que forma equipo desde que empezaron en Miajadas) una "manera de ser cura": "escuchar la vida de la gente y establecer relaciones de cercanía". Tras los "años de marras y las movidas de "aquellos curas rojos" que nos trajeron disgustos, multas... pero también mucho gozo de ir perfilando unas opciones claras", cree que ha contribuido a construir "una parroquia comunidad donde la gente se reúne, comparte y evangeliza".

En ella apuesta por la promoción de los laicos (corresponsables dentro de la iglesia y comprometidos con sus pueblos) como una de las soluciones a la falta de relevo de los clérigos, un fenómeno que considera que "aún no ha tocado fondo". "A una media de edad alta en los sacerdotes se une el descenso de respuesta a esta llamada en los jóvenes", analiza añadiendo que los sacerdotes están "atrapados por un sacramentalismo que viene de atrás" y "no acabamos de encarar el futuro con eficacia".

No obstante, admite que "se están dando pasos" y aboga por, aparte de potenciar el protagonismo de los laicos en la actividad de la Iglesia (catequesis, Cáritas...), perder el miedo a la secularización de la sociedad y dar pasos --"con los requisitos y la prudencia que sean necesarios"-- para que los curas casados vuelvan a ejercer el ministerio y se replantee el celibato. "La mayoría de los sacerdotes vivimos el celibato con generosidad incluso elegante", defiende, "pero no debe ser obstáculo para que la Iglesia abra las puertas a una futura opción libre de los sacerdotes".

Por último, Enrique no duda en mostrar su desencanto por la discriminación de los sacerdotes rurales: "¡Cuánto me gustaría que la Conferencia Episcopal nos tuviera más en cuenta", reconoce. En este sentido, piensa que "a los pueblos ha llegado el cambio de una Iglesia de cristiandad a una Iglesia de misión y quizás nos ha cogido con el pie cambiado". Para él, los sacerdotes rurales extremeños son "muy buena gente", "sencillos y humildes a fondo perdido". Afectados por el "desmantelamiento de los pueblos", él mismo, como cura rural, tiene claro que "el Reino de Dios no va por lo grande y el éxito, sino por lo pequeño, lo pobre". En ese escenario, el cura sigue siendo, a su juicio, "el que cura", pero también "el que necesita cura" y el que "no cura solo".