Silvia Morillas acaba de pasar el control de seguridad del aeropuerto romano de Fiumicino y casi merecería sentirse la protagonista de un filme de ciencia ficción que abandona el territorio antes de quedar arrasado por un virus letal. Pero el sentimiento que realmente abruma a esta estudiante madrileña que completa sus estudios de Derecho en Roma es el de la frustración. Impotencia por tener que marcharse de la capital italiana y dejar en un limbo incierto el futuro de su programa Erasmus a causa de las restricciones de las autoridades sanitarias. «De lo que tengo realmente miedo es de que tenga que recuperar los créditos académicos, no de enfermar», relata, despreocupada, en conversación telefónica. «Me inquieta más agarrar el bolso para que no me robaran a que alguien me contagiara», dice entre risas.

Al fin y al cabo, tampoco tiene garantizada la inmunidad a su llegada a España, que parece seguir los pasos de los balances epidémicos italianos. «Me hubiera quedado, pero regreso sobre todo por mi madre, que estaba intranquila viendo que me quedaba sola en mi piso compartido», explica. La sensación no es muy diferente a la de Sofía Amor, que también sacó billetes para regresar a su hogar barcelonés antes siquiera de saber que se cortaban las conexiones aéreas entre ambos países. «Me quedaría sin duda, sobre todo por la sensación de que en España estaremos igual en dos días», dice. En su opinión, que estudiantes recién llegados marchen tiene mucho más que ver con la incertidumbre de «si la reacción de las autoridades será la oportuna».

También cuestiona cierta inconcreción de las autoridades al divulgar la información sobre la epidemia, facilitando la aparición de «malentendidos y bulos». Continúa la actividad de la ciudad y no faltan existencias en los supermercados. Pero Sofía también ha visto la Roma angustiada cuando acudía a cenar y los restaurantes más demandados «estaban semivacíos», con los camareros tomando la comanda «a más de un metro», separando generosamente las mesas con sus correspondientes comensales, y con «locales cerrados». «Te preguntas dónde está la realidad y dónde Matrix», dice.

Pánico cotidiano

También María Gallart se hubiera aferrado a su trinchera académica, pero las crecientes restricciones la han llevado a apuntarse al éxodo, en su caso por vía marítima. «Estar aislada en otro país y lejos de tu familia te inquieta, pero no tengo miedo», explica la joven barcelonesa de 21 años. Revela que desde el fin de semana, a medida que se iban precipitando las cifras negativas y que se imponían las medidas draconianas, el panorama ha cambiado mucho: «Una zona tan de moda como Trastevere y otra tan concurrida como el Vaticano están semivacías. Se nota que hay mucha gente alterada, con bufandas y guantes de látex en el vagón del metro».

María trata de mantenerse ajena a los pánicos que se asoman a la vida cotidiana, pero admite que estos días solo sale a la calle para comprar lo necesario y no sabe con certeza si es verdad o un infundio más que le pueden multar si transita sin justificación de fuerza mayor. «Mi temor no viene por el coronavirus, sino por las repercusiones que me acarreará: si podré examinarme y graduarme este año», confiesa. Preguntas para las que aún no hay respuestas formales desde las universidades. Ella tratará de proseguir con sus estudios vía on line, y alaba las facilidades de su facultad italiana y de la Universidad Internacional de Catalunya, que responde a todas sus inquietudes.

Un apoyo, el de los centros de origen, que no puede ir mucho más allá de un acompañamiento académico y de actualizar las pautas de las autoridades. «Les transmitimos las recomendaciones del Ministerio de Sanidad y de la Consejería de Salud, así como de las entidades locales», subraya Isabel Valverde, vicerrectora de proyectos para la internacionalización de la Universitat Pompeu Fabra. Idénticas premisas a las que siguen en la Universitat Autònoma de Barcelona, la Universitat de Barcelona y la Universitat Politècnica de Cataluña.