Según datos del Instituto Nacional de Estadística, los 280 municipios extremeños de menos de 2.000 habitantes aglutinaban en el 2006 una población total de 217.666 residentes. En términos relativos, dichos datos indican que el 73,1% de los municipios extremeños, cuya extensión representa el 46% de la superficie regional, solo acoge al 20% de su población. Frente a una densidad media regional de 25,8 habitantes por kilómetro cuadrado, la de estos pequeños municipios apenas supera los 11,4 habitantes por kilómetro.

La debilidad demográfica que sugieren tales guarismos se confirma al indagar en la intensificación de un proceso de envejecimiento demográfico que ha conducido a que la proporción de mayores de 65 años escale hasta el 27,7% de la población total, frente a una media regional del 19%. Otro tanto ocurre cuando se comprueba la existencia de un proceso de masculinización que, asociado al mayor protagonismo de la mujer en la dinámica migratoria de los últimos años, ha desembocado en una razón de feminidad del 87,1 por 100 en las cohortes de 20-44 años, justamente donde se localizan los grupos más fecundos.

No es de extrañar, en consecuencia, que en los últimos años la tasa de natalidad haya caído a niveles próximos al 7 por 1.000 (dos puntos por debajo de la, ya de por sí debilitada, media regional) y que la mortalidad se mantenga estabilizada en cotas del 12,5 por 1.000 (en torno a tres puntos por encima de la media regional) dando lugar con ello a un progresivo afianzamiento de los saldos vegetativos de signo negativo.

Como es fácil colegir, no es ajena a esta situación la persistencia de unos flujos migratorios que, sin admitir parangón con los de hace tres décadas, continúan erosionando la demografía rural de Extremadura de una forma lenta pero, hasta el momento, inexorable.

*El autor pertenece al departamento de Arte y Ciencias del Territorio de la Uex.