«Yo ya no quiero más hombres», confiesa Cata Fajardo Cancho (Cáceres, 1936). No porque no haya sido feliz con su marido, al revés, la felicidad es algo que no le ha faltado nunca con él. Pero ella, dice, no necesita la figura masculina en su vida. Esto es algo que ha podido comprobar a lo largo del tiempo. A los 53 años se quedó viuda. Con cuatro hijos, sin trabajar y con el negocio de su marido, un taller mecánico, a cargo. Al principio todo fueron agobios. «Yo no me imaginaba que podía ser capaz de sacar adelante a una familia sola. Mis hijos fueron mi gran apoyo. Ellos empezaron a trabajar, pese a estar estudiando».

Nació en Cáceres, en la calle Busquet. «Esa cuesta era de piedra. Nosotras --habla en femenino-- bajábamos a la fuente a por agua con el cántaro en la cabeza. Después, otra vez para arriba», recuerda. Su familia estaba formada por seis miembros: su madre, su padre, dos hermanas --incluida ella-- y dos hermanos. «Las tareas del hogar las hacíamos las mujeres. Mi madre trabajaba muchísimo. Mi padre era el que traía dinero», relata. «Pero eso ya no es así, ahora tienen que trabajar los dos. Tanto dentro de casa como fuera de ella».

Cata cuenta su infancia a su nieta Paloma.

Cuando Cata cumplió 24 años se casó. Un año después fue madre de su primer hijo. «Ahí me dijo mi marido: Ya se acabó el coser, ahora a cuidar de la familia».Dos años más tarde llegó la niña; dos después, otra y a los 33 su último hijo, un varón. Ahí sí que se acabó el coser. Siempre le ha gustado bordar a mano y la costura, pero al final tuvo que dedicarse únicamente a su familia. «Yo me quedaba en casa. Hacía la comida, las tareas del hogar y cuidaba a mis hijos». Mientras, su esposo al taller. «En mi casa los chicos no hacían ninguna labor, ni si quiera tiraban la basura. Todo era entre mis dos hijas y yo». Ahora se sorprende: «Mis hijos hacen las tareas, pese a no haberlo aprendido en mi casa», cuenta con orgullo. «Si yo hubiera podido, les hubiera educado en igualdad», afirma.

Ahora, tiene ocho nietos, tres niñas y cinco niños, y una bisnieta. Una de ellas, la hija de su hija mayor, Paloma Herrero Sánchez (Cáceres, 1997), la observa con admiración mientras habla. «Creo que ella no era consciente de su trabajo porque no se le daba el valor suficiente. Nadie lo reconocía. Y nadie lo reconoce», refiriéndose al oficio de su abuela: ama de casa. «Pero es, sin duda, uno de los empleos más admirables y duros», sostiene emocionada la joven.

«Papá, el mandil»

Paloma es maestra en Educación Primaria y empezó a tomar conciencia del feminismo entre el instituto y la universidad. Ahí se dio cuenta de que toda su vida había vivido comportamientos machistas impuestos por la sociedad patriarcal. «Adquieres cierta madurez. Miras atrás y te cuestionas. Te das cuenta que desde el colegio has vivido circunstancias que escondían una desigualdad de género. Los niños juegan al fútbol, las niñas ni se acercan a las pistas», explica.

Su núcleo familiar está formado por sus padres y su hermano. «En mi casa no hay comportamientos machistas como tal, pero mi madre hace más tareas que mi padre. No los culpo, ya que es algo que les ha impuesto la sociedad», aclara.

Ambas charlan sobre igualdad.

Con solo ocho años y, aunque su padre sí trabaja en casa, Paloma le preguntó: «Oye papá ¿y tú por qué no te pones el mandil como el tito Raúl?», recuerda entre risas con su abuela, que estaba presente en ese momento. Sin embargo, a la joven cacereña no le preocupa la situación en su casa, ya que la considera «más normal». «Todos contribuímos». Lo que más le inquieta es lo que tiene certeza que ocurre en el seno de otros hogares. «A día de hoy, ¿cuántos hombres llegan a casa de trabajar y se tumban en el sofá en lugar de ponerse a cocinar, por ejemplo? Queda mucho por hacer».

A su juicio, la raíz del cambio está en la educación. Ella, como maestra, desvela haber vivido situaciones en el colegio que demuestran que nuestra sociedad es heteropatriarcal. «Sinceramente, creo que no son conscientes, pero cuando en el ámbito educativo toca que la familia se involucre, en la mayoría de ocasiones es la figura materna la que acude a solventar los problemas. Incluso, los niños siempre recurren más a las madres para temas afectivos. Es necesario dotar de herramientas tanto a alumnos como a padres para hacerles ver, pero de verdad, que el hombre y la mujer son realmente iguales en todos los aspectos», explica.

El segundo gran cambio, según Paloma, viene de la mano de los medios de comunicación. «Que no se discrimine a nadie». A la hora de elegir juguetes para los más pequeños, a ella le gustaría que realmente se pudiera desvincular las muñecas y el rosa de los coches y el azul. «Que jueguen con lo que más les guste, sin género». Lo mismo le sucede cuando escucha música. «Cuando eres un poco más consciente y escuchas canciones de, por ejemplo, reguetón, percibes el machismo y sabes que lo es. Pero yo he visto a niños de dos años escuchando letras con mensajes machistas. Ahí, ellos ya están asimilando ese comportamiento».

Hoy en día, Paloma está harta de escuchar: «las mujeres ya son iguales que los hombres», «si ya no existe la desigualdad», «ahora ya no es como antes, la mujer ya no está en casa». Pero su visión es diferente: «Eso se aleja mucho de la realidad. Lo veo con mis propios ojos. El camino a seguir aún es largo», recalca.

«¡Ah! Pues sí, soy feminista»

El feminismo significa la igualdad entre los hombres y las mujeres. A la vez es el movimiento de la lucha de la mujer. El camino recorrido. «Todo el mundo que quiera igualdad es feminista ¿Abuela, tú eres feminista?», le pregunta Paloma a Cata. «¡Ah! Pues entonces sí, soy feminista porque yo lo que quiero es la igualdad. Aquí todos somos iguales y nadie es peor ni mejor que nadie. Pero, sinceramente, yo creo que todavía queda mucha lucha», contesta la abuela.

Al encender la televisión, ojear un periódico o escuchar la radio, Cata se disgusta. «No es normal, ¿otra más?». Se pone nerviosa, piensa en sus nietas y no encuentra motivo ni tampoco solución a lo que ve. No da crédito. «Es que las matan; un día una, otro día, otra». Después están las cifras de las violaciones y agresiones sexuales, que se han duplicado en el último año en Extremadura (han pasado de 10 a 21). «¿Cómo voy a querer que mis nietas vayan solas por la calle? Así no». Vuelve a recordar su adolescencia. «Cuando salía, con 20 años tenía que estar a las 21.00 en casa». Ni un minuto más ni uno menos. «Ahora, eso sí, tanto mis hermanos como mi hermana y yo. Todos a las nueve. Y si no, malo. A mi padre le teníamos mucho respeto. Daba igual dónde y con quién estuvieras. Cuando iba al cine con mi novio --el que después fue su marido-- la sesión que terminaba a las diez menos cuarto ya era muy tarde. Eso me pasaba solo un año antes de casarme».

Esta es una de las diferencias que encuentra con la sociedad actual. Por eso, insiste a su nieta: «No camines sola por la calle de noche. Me da pánico». No obstante, sabe que Paloma no tiene culpa de nada. «Es injusto que ella no pueda volver sola y tranquila», lamenta. Mientras habla con El Periódico Extremadura, Cata señala con el dedo índice el teléfono móvil que está sobre la mesa: «Esto también tiene mucha culpa de todo», añade indignada. Se refiere al mal uso de las redes sociales y de las nuevas tecnologías.

La nieta responde a su abuela y le dice que no puede dejar de hacer su vida por miedo a lo que pueda sucederle, aunque tampoco puede ocultar su temor. «Sé que las familias y los seres queridos tan solo intentan protegernos --habla por todas--. La realidad es que tenemos miedo al volver a casa. Eso de no dormirte hasta que tu amiga te dice: ya estoy en casa, estoy bien, es algo que está a la orden del día».

Al respecto, Cata desvela que algunas de estas agresiones y ese miedo también era algo ocurría hace 50 años. «En mi época esto no se veía, o no salía a la luz». Porque ella tiene claro que haberlo, lo había, pero que la mujer no podía hacerlo público porque dependía del hombre. «El problema está en que si la mujer hablaba, el hombre, que era el sustentor de la familia la dejaba sin nada. Con una mano delante y otra atrás». En cuanto a agresiones, asegura, que «Gracias a Dios nunca me he encontrado una situación así en mi entorno. Pero de puertas para dentro... ¿quién sabe?».

La abuela mira de frente a Paloma y le lanza un mensaje: «La mujer cuando empezó a manejar dinero, empezó a ser más libre. Que nadie decida por ti, decide tú por tu vida».

El feminismo no tiene edad y la lucha, como demuestran Cata y Paloma, no tiene fin. «Las mujeres hemos cambiado, pero también depende de ellos. Da igual las leyes, creo que no las van a respetar. Si ellos no quieren, no van a hacer caso», zanja Cata.