Francisca Naranjo decidió ir a la cafetería a comer un bocadillo. José Gutiérrez leía en el vagón número cinco. Manuela Cánovas miraba la película. La mayoría dormía plácidamente... Poco podían imaginar los 87 viajeros del talgo Madrid-Cartagena que la siguiente parada era el infierno. "Vi gente en un vagón ardiendo y moviendo los brazos detrás de las ventanillas", relató Juan Carlos García, el primer vecino de Chinchilla que se acercó al lugar del accidente.

Eso era lo que se veía desde fuera. Desde dentro, el infierno era mucho mayor. El terrible impacto con la locomotora del tren de mercancías, la bola de fuego, las puertas bloqueadas, la sangre, el humo, el llanto, los alaridos... Y lo que aún queda. Uno de los responsables del rescate e identificación de víctimas recalcó la complejidad de las labores. "Hay cadáveres que están materialmente fundidos con el armazón de hierro", explicó. Ayer, la búsqueda de restos humanos se extendía a los trigales colindantes. Según fuentes policiales, los viajeros no pudieron ser atendidos hasta más de media hora después del siniestro. "Era imposible hacerlo sin quemarse en el intento", afirmaron.

"Sentí un golpe muy grande y el vagón empezó a arder. Había mucha gente chillando, ha sido espantoso", explicó entre sollozos Manuela Cánovas, otra superviviente. "Un golpe seco y, después, las llamas. Ardía todo, ardía la máquina, ardía el vagón de clase preferente", sollozaba Mercedes Castillo, estudiante de 22 años, noqueada aún por los nervios. "No me cogen el teléfono, ni siquiera sé si están vivos", gritaba desesperada otra joven de su misma edad en la estación de Chinchilla.

PUERTAS BLOQUEADAS

Otro de los viajeros, el murciano Juan Antonio Segura, explicó que viajaba en el quinto vagón del convoy cuando sintió cómo el tren intentó frenar y sufrió un golpe muy fuerte, tras el cual intentó salir por una ventana, ya que las puertas "estaban bloqueadas". Posteriormente, los viajeros de la clase turista, que resultó la menos afectada, se desplazaron hacia la parte delantera, a la zona de preferente, para intentar ayudar. Algunos pasajeros ilesos apartaron a los heridos del fuego, pero huyeron despavoridos cuando alguien dijo que podría explotar el combustible. Según su testimonio, tardaron 30 minutos en llegar los primeros equipos de rescate.

Otro ocupante, José Gutiérrez, que viajaba en la parte trasera del convoy, declaró que estaba leyendo cuando se estampó contra el asiento delantero. Al bajar del tren observó que "salía un fuego muy intenso de la parte delantera; la gente pedía ayuda, pero era imposible rescatarla". Indignado, Juan Antonio Segura dijo: "El estado de esta vía no es normal. En Renfe que digan lo que quieran, pero en un país desarrollado no puede chocar un talgo y un mercancías".

SALIR POR UNA VENTANA

"Hemos tenido que romper la ventana para escapar y el espectáculo era horroroso", explicó Juan Antonio Fernández, que milagrosamente salió sin rasguño alguno. Pero lo que vio Mercedes Santamaría sintetiza la tragedia: "Estaba hablando por el móvil y me di un golpe en la cabeza. De pronto todo el mundo empezó a gritar y nos dirigimos hacia las puertas para salir al exterior. No las podíamos abrir y creímos que moriríamos dentro. Cuando pudimos salir al campo, comprobamos cómo los vagones delanteros estaban ardiendo. Los vimos con impotencia. No pudimos hacer nada por ellos".

Nieves Pinto, que viajaba desde Madrid con su marido, el desaparecido Víctor Villegas, explicó que en el momento del choque ella estaba en el baño del vagón. "Intenté ir a por mi marido pero no podía, porque el vagón estaba ardiendo".

En Chinchilla, se habilitó una zona de atención psicológica. ¿Y qué puede hacer un psicólogo en la estación del infierno? "Poca cosa", admite Rosa Jiménez. "Mirarlos a los ojos y tratar de consolarlos".