Los golpes de mano deben imponerse en las primeras 24 horas. Si al día siguiente los conjurados no dominan los centros claves de decisión, reina la incertidumbre y cualquiera puede ganar mientras los indecisos toman partido según vaya el marcador. Pedro Sánchez ha perdido el control de la organización, pero los críticos no lo han ganado. Nada lo ejemplifica mejor que la peripatética imagen de la mano derecha de Susana Díaz, la presidenta de la mesa del Comité Federal, Verónica Pérez, autoproclamándose la única autoridad del partido en la calle, porque no pudo pasar del guardia de seguridad en Ferraz.

Ya no estamos ante un choque de legitimidades. Más bien al contrario, a ambas partes les une un mismo problema: las carencias de su legitimidad. Pedro Sánchez ha visto su liderazgo reventado cuando la mitad de su ejecutiva dimitió.

Los críticos han embarrado su postura con un golpe de mano feo en lo ético y en lo estético. A la indecencia de sumar al fallecido Pedro Zerolo, deben añadir también la imposibilidad metafísica de explicar para qué forzar un comité federal que ya estaba convocado para lanzar unas primarias y un congreso que resuelvan el liderazgo.

Si el único problema eran los tiempos y el actual secretario general ya no cuenta con mayoría, bastaba con tumbar la propuesta en el comité del sábado. No hacía falta pulsar el botón nuclear. Le gustase o no, Pedro Sánchez habría tenido que dimitir y se habría iniciado un recambio limpio y legítimo.

Mientras la disputa estatutaria va adquiriendo un tono cada día más marciano, se hace evidente que solo queda un estamento socialista que conserve intacta su legitimidad: la militancia. Antes o después, no quedará más remedio que darle voz y voto para que restaure la imprescindible legitimidad que necesita toda dirección que pretenda rearmar la organización. La batalla ahora se llama credibilidad. Los enojados militantes socialistas seguramente estarán observando con suma atención cuanto ocurre tratando de decidir a quién creer.

Pedro Sánchez compite con cierta ventaja. Su relato, construido sobre la urgencia de llamar a la militancia para dirimir el liderazgo y asegurar el no a la investidura de Mariano Rajoy, va a la vena de unas bases abrumadoramente contrarias a la abstención.

También le ayuda la falta de claridad de los críticos al refutar si su plan pasa por un congreso que reconstruya el partido, pero después de facilitar el gobierno de Mariano Rajoy y evitar otro desastre electoral.

Más allá de las guerras orgánicas, en el PSOE va a dirimirse el dilema que lo ha sumido en esta crisis y explica en parte el bloqueo político español: la contradicción entre una militancia que quiere el no y está dispuesta a ir a elecciones y unos cuadros que prefieren la abstención, pero no quieren asumir el coste de decírselo; empezando por una Susana Díaz que ayer volvía a hablar a los suyos de poner primero a España antes que al partido.

Pedro Sánchez propone votar ya, los críticos invocan los estatutos. Piensen qué preferirían si fueran militantes.