«Me dijeron, no es una broma pero es manejable, aunque habrá efectos secundarios. Y yo pensé: pues si hay opciones, adelante. Y los efectos secundarios, me dan igual, yo lo que quiero es curarme». Con ese planteamiento inició Estrella López (58 años) la quimioterapia para atajar el linfoma raro y poco común (macroglobulinemia de Waldenstrom) que le diagnosticaron en el 2014; tras varias pruebas por una anemia que no mejoraba. Antes de llegar a ese punto, había tenido que procesar que tenía cáncer y recuerda que el primer impacto lo vivió como si no fuera ella: «abría y cerraba los ojos pensando que estaba soñando y me iba a despertar en cualquier momento», recuerda del momento en el que escuchó el diagnóstico.

Lo peor para ella fueron los dos largos meses de ingreso tras la operación para extirparle una masa junto al pancreas, que le acarreó una pancreatitis aguda que la llevó a la UCI («solo pensaba en salir de allí, en sentir el sol en la cara») y con la que ahora convive. «Lo he pasado peor por las secuelas del cáncer que por el cáncer. De hecho creo que en unos años ya normalizaremos que es una enfermedad que se cura», reconoce. Aunque en medio de andadura ella tuvo que buscar fórmulas para gestionar sus momentos de miedo y de dolor ante la familia. «A veces me iba a la habitación, decía que a descansar, pero me iba a llorar porque no quería que me vieran así mis dos hijos», cuenta. «O cuando me ponían la quimio y me encontraba mal, me metía en la cama y pensaba: bueno, ya pasará». Y al final los días malos pasaban y entonces se lanzaba a la calle en busca del sol y el aire. Su mayor aliciente en todo ese proceso: «mis dos hijos. Sé que cada uno de ellos lo vivió a su manera. Yo solo les agarraba la mano fuerte y sentía que me daban energía para seguir».