El 3 de diciembre de 1999, ETA anunciaba la ruptura de la tregua que había proclamado el 18 de septiembre de 1998. El 21 de enero de 2000, ETA ratificaba el final de la tregua con el asesinato con un coche bomba en Madrid del teniente coronel Angel García Blanco. Poco después, el 23 de febrero, en Vitoria, un nuevo coche bomba mataba al exvicelendakari Fernando Buesa y al escolta de la Ertzaina Jorge Díez. La desilusión y la desesperanza invadió la sociedad vasca, que había depositado su confianza en que la paz era posible. Este vez no ha habido aviso previo de ruptura del alto el fuego permanente proclamado en marzo. Pero, en palabras del periodista vasco Pedro García Larragán, no habrá desesperanza, tan solo rabia y una respuesta contundente de la sociedad vasca, porque ya no hay ningún margen para la violencia. Era la última oportunidad, pero ETA y la izquierda aberzale la han desperdiciado, porque, más allá de los errores del Gobierno o de la poca flexibilidad de la oposición, de las acciones violentas solo son responsables sus ejecutores.

La indignación en Euskadi es total y nadie moverá ni un dedo a favor de la legalización de Batasuna, ni contra la previsible escalada de detenciones que seguirá al atentado de ayer, ni en el supuesto de que la huelga de hambre de Ignacio de Juana de Chaos acabe en tragedia. Lo advertía hace dos días Patxi Zabaleta: la izquierda aberzale está incumpliendo los compromisos de Anoeta (noviembre de 2004) y frustrando el proceso al regresar a las posiciones iniciales sobre la cuestión de la territorialidad y la autodeterminación. Para el dirigente de Aralar, no hay otra salida que la renuncia a la violencia, y todo lo demás es un fraude.

El Gobierno vasco ha condenado el atentado, pero no da por terminado el proceso de paz. Arnaldo Otegi y Batasuna lamentan las víctimas, pero no condenan la violencia, ni consideran acabado el proceso pese a reconocer las actuales dificultades por las que este atraviesa y, cómo no, culpan de estas dificultades al Gobierno, que no ha hecho, según Otegi, ningún gesto político (mesa de partidos) ni penitenciario en estos meses. Sin embargo, el Gobierno sí da por acabado el alto el fuego y el proceso de paz. Y es que Batasuna no parece darse cuenta de que ETA, que siempre ha actuado con una lógica que no es la de los demócratas, ha traspasado la última línea roja, porque no se puede seguir un proceso de paz rompiendo el alto el fuego y volviendo a matar.

El balance que hacía el viernes Zapatero sobre el proceso de paz, al afirmar que "de aquí a un año estaremos mejor que hoy", ha saltado por los aires con el atentado de Madrid; y la cruda realidad, como él mismo reconocía, es que hoy estamos mucho peor que ayer. Aun así, no es el momento de juzgar los errores del Gobierno. Los ha habido, como un exceso de optimismo y de creer en el valor taumatúrgico de las palabras --no basta con decir el nombre de las cosas para hacerlas realidad-- y, sobre todo, no enterarse de los preparativos del atentado de Madrid mientras intentaba otra interlocución. Pero, pese al fracaso, nadie le puede reprochar el coraje de haber intentado abrir caminos a la paz sin salirse de la legalidad.

Son, sin duda, momentos de profundo pesimismo, pero el fin de la violencia de ETA es un proceso irreversible. Podría haber sido de otro modo, pero ETA ha elegido el camino del regreso a la violencia, lo que hará el proceso más largo y difícil, aunque no lo parará (en esto tiene razón el PNV), porque la sociedad vasca está harta y no hará más concesiones a los violentos, que tienen mucha menos fuerza y representatividad de la que creen, que ya no tienen capacidad para incidir en la vida política, social y económica del País Vasco, y, sobre todo, porque tras el atentado de ayer han perdido la poca credibilidad que les quedaba.

ETA vuelve a transitar por un camino sin más salida que la acción policial y judicial, que es la única respuesta que puede esperarse del Estado de derecho y democrático. Es previsible un largo proceso de progresiva marginalidad de ETA, en manos de dirigentes provenientes de la kale borroka, ante la indiferencia de una sociedad vasca dispuesta a ganar la batalla de la paz.