Narraba con una contagiosa serenidad el psicólogo Miguel Anxo García que el cansancio que soportan los familiares de las víctimas tras una desesperada noche en vela es un buen amortiguador del dolor. Anoche, 67 cadáveres habían podido ser identificados, y 26 entregados a sus allegados para que gestionaran en la intimidad su despedida. El resto, los otros 13 cuerpos sin identificar, precisarán de un procedimiento mucho más complejo en el que será necesario recurrir al ADN como consecuencia del deterioro de los restos.

Acompañados de un psicólogo que no se separa de ellos, pero que no les fuerza a hablar, cobijados algunos bajo mantas azules, esos familiares que siguen sin saber se agarran al milagro de que el suyo se hubiera bajado del tren. "Cada vez que se comunica un nombre, hay una durísima mezcla de sosiego y dolor. Dolor porque terminó la esperanza y se confirmó la pérdida, y sosiego por el final de una espera que se convierte en eterna", contaba una psicóloga. Los familiares directos ya han aportado muestras de saliva para cotejar ADN. Las pruebas las realizará un equipo especializado de agentes de la policía científica llegados desde la sede central de Madrid, y podrían durar un par de días todavía. Más horas de desesperación y dolor.

NOMBRES Y APELLIDOS Durante el día desapareció la lluvia que en la mañana enjugó las primeras lágrimas, y llegó un viento del norte que puso nombre a las primeras víctimas mortales. Elena Arrojo Ausina, una guardia civil nacida en Arzúa, destinada en Guadalajara y que volvía a casa a visitar a sus padres, fue de las primeras en ser identificadas. Del pabellón Multiusos O Sar, el cuerpo fue trasladado a un hospital para llevar a cabo la autopsia, y devuelto después de nuevo al espacio O Sar para ser entregado a sus familiares.

De vez en cuando, tras las puertas del edificio se escuchaban gritos, llantos y se veían las carreras de los sanitarios de Cruz Roja para atender algún desmayo. Alguien acababa de recibir el nombre de uno de los suyos. El siguiente paso era el más duro, identificar los cuerpos visualmente. Llorarles de cerca. Tocarles, en algún caso. Y ya después, velarlos en la intimidad de unas pequeñas salas improvisadas para ese momento de desgarro y de primera despedida.

A otros, les lloraron desde la distancia. Tras el accidente, Twitter se volcó en la búsqueda de la estudiante mexicana de 22 años, Yolanda Delfín Ortega, que estaba en Santiago de Compostela en un intercambio. Su novio chateó con ella en Facebook cinco minutos antes.

Se iba poco a poco la luz, y llegaron las primeras coronas de flores, enviadas por la dirección de Renfe, y que se fueron colocando en las paredes de un pabellón cada vez más vacío de vida. Junto a la llegada de los féretros, uno de los momentos más duros se vivió cuando apareció un camión repleto de maletas y enseres de los fallecidos que la policía clasificará para devolver a las familias. Avanzaba la noche y en el interior de la morgue improvisada se seguía trabajando. Algunos policías llevan desde el miércoles sin dormir. Un antidisturbio reconoció a un vecino de su aldea, se abrazaron sin prisas, y no cruzaron ni una sola palabra.

Tampoco han dormido los agentes de la policía judicial de la comisaría de Santiago de Compostela encargados de redactar el atestado que entregarán al juez y que hoy tomarán declaración en el Hospital Clínico Universitario de Santiago (CHUS) al maquinista.

Como a Salvador, el conductor de ambulancias del 061 que el miércoles por la noche estaba de guardia en Santiago y que fue a trabajar al lugar del accidente sabiendo que en ese tren viajaban su suegra y un sobrino. Con la entereza propia de esos funcionarios públicos que una vez más han dado lo mejor de si mismos, Salvador trabajó y supo después que sus dos familiares estaban en la lista de los superviviente. El joven ayer mismo abandonó la UCI.