De haber sido casi un paria en la escena internacional a que un español como Javier Solana pasara a ocuparse de la incipiente política exterior de la UE media un abismo. Es un dato simbólico que ilustra hasta qué punto la realidad española experimentó una transformación de fondo --también en las relaciones internacionales-- a resultas de la incorporación a la entonces denominada Comunidad Europea.

La palabra que mejor definiría esta transformación es "normalización". El franquismo había dejado como herencia una política exterior cargada de anomalías, poco acorde con la posición que correspondería a una potencia media situada en la Europa Occidental. Después de la incorporación a la OTAN en 1981, el acontecimiento que hizo más visible este cambio fue el establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel, en enero de 1986, o sea, paralelamente al ingreso en la CE. No figura en los anales oficiales, pero fue una condición sine qua non. Y el adiós a una anomalía.

España ha promovido las relaciones entre la Unión Europea y las áreas que, por proximidad histórica, cultural o geográfica son de su especial interés: América Latina y el Mediterráneo. La política euromediterránea nació en Barcelona. La posición común de la UE sobre Cuba es una iniciativa española. Militares españoles participan en las misiones de la Unión Europea, al igual que las de la OTAN.