El consenso para el 2010 sugiere que lo peor de esta crisis se ha dejado ya atrás. Y que, por lo tanto, el próximo año será de transición, yendo desde los pésimos registros del 2009 a un nuevo futuro, más allá del 2010, que aparece más complejo de lo que desearíamos. Unos trimestres en el 2009 especialmente duros, una moderada salida de la crisis y un futuro incierto, y que apunta a menores crecimientos, son los tres elementos temporales que hay que considerar.

Comenzando por el inmediato pasado, todos los indicadores apuntan a que el momento más duro de la crisis en España tuvo lugar en los terribles seis meses que van desde el mes de octubre del 2008 hasta marzo del 2009. La flexibilidad de una parte del mercado de trabajo español (con un peso muy superior a la media europea de asalariados con contratos temporales y trabajadores autónomos) se tradujo en una respuesta insólita: en el cuarto trimestre del 2008 se perdieron más de 500.000 empleos y en los tres primeros meses del 2009 más de 850.000.

Esta sangría, que elevó la tasa de paro de forma excepcional al sumarse a nuevas entradas de activos, se traducía en un intenso ajuste en la construcción y la industria, sectores que presentaron, en los tres primeros meses del 2009, excepcionales caídas de actividad.

Brotes verdes españoles

Desde el inicio de la pasada primavera, la suma de las inyecciones públicas (el PlanE o ayudas a la matriculación de automóviles), sumadas al inicio de una tímida mejora internacional, se tradujo en la versión española de los brotes verdes. Estos, lentamente, fueron tomando cuerpo en los trimestres centrales del 2009, de forma que las pérdidas ocupacionales acumuladas desde abril a septiembre han sido muy reducidas, al tiempo que la tasa de paro quedaba estabilizada en sus elevados valores de finales del primer trimestre.

Lo que ha sucedido desde el mes de septiembre pasado hasta este fin de año no es más que la continuidad natural del proceso de lenta recuperación, apoyada también esta en la salida de la recesión que se ha producido en el área del euro desde el tercer trimestre. Todo ello se ha traducido en una clara mejora en los registros de PIB: desde la intensa contracción del primer trimestre (-1,6%), a los valores más moderados del segundo (-1,1%) y a la clara contención de la caída en el tercero (-0,3%).

En síntesis, a las puertas del 2010, y si la economía americana y/o la mundial no entran en una nueva fase de recesión, no descartable en la segunda mitad del 2010, todos los elementos disponibles indican que en los próximos meses comenzaremos a contemplar crecimientos de la actividad, siquiera desde el punto de vista intertrimestral.

Así, pronto podremos afirmar que la recesión habrá quedado atrás. El nuevo 2010, pues, debería ser ese ejercicio de transición que todos deseamos desde la fuerte recesión anterior hasta un futuro, más allá de ese año, que se perfila como especialmente complejo y difícil.

Sería por ello un error considerar la salida de la recesión como el final de nuestros problemas. En primer lugar, porque el empleo que hemos perdido (probablemente unos 1,9 millones de puestos de trabajo destruidos al final de esta crisis) costará años recuperarlo: los máximos de 20,5 millones de puestos de trabajo del segundo trimestre del 2007 serán prácticamente imposibles de alcanzar antes del 2015. Además, esta recuperación de la ocupación implica un proceso doloroso de reajuste, y que debería efectuarse cuanto antes mejor, de relocalización sectorial del empleo que no será fácil.

La generación de renta

En esta transición hacia un nuevo modelo productivo, el país tendrá mayores dificultades que en el pasado para generar renta. Esta capacidad de aumentar la actividad y los ingresos, además, se ha visto estructuralmente afectada por la crisis, no solo por las pérdidas y las necesarias relocalizaciones en el empleo, sino porque el capital productivo ha sufrido destrucciones importantes, la inversión en bienes de equipo y empresarial se ha hundido a tasas insólitas (caída esperada por encima del -24% para el 2009) y la inversión en I+D ha quedado afectada por la ruptura de las expectativas.

El aumento del crédito que se espera se producirá, cuando se recupere, a tasas moderadas, tanto por la necesidad de reducir los volúmenes de deuda del sector privado, como por elevaciones de los tipos de interés en el futuro o por la competencia del sector público. Esta contención en el crecimiento de los recursos disponibles refuerza la presión a la baja sobre el aumento del capital y la inversión productiva y en investigación.

A la reducción en nuestra capacidad de generar renta cabe añadir las importantes modificaciones en el contexto internacional. Todas apuntan a un endurecimiento de las condiciones de competencia, que afectarán negativamente nuestra capacidad de exportación de mercancías y de servicios turísticos. En el muy corto plazo, tanto el dólar como la libra esterlina y otras monedas del este de Europa o de Asia caen respecto al euro.

Así, esta recesión es la primera que abordamos sin poder devaluar. Por el contrario, el euro tiende a reforzarse en relación con la mayoría de monedas. Además, el reequilibrio de la demanda internacional exigirá en el medio plazo que EEUU reduzca su déficit exterior y, ante la más que probable imposibilidad de aumentar la demanda interna en China, Japón o los países exportadores de petróleo, la previsible caída del dólar se efectuará sobre los hombros del euro.

Final del proceso

Estamos saliendo ya, quizá cuando se conozcan las cifras del cuarto trimestre ya lo hayamos conseguido, de la peor crisis económica de las últimas décadas. El 2010 debe ser el final de este proceso de ajuste desde los excesos anteriores a una nueva situación mucho más difícil. Deberíamos aprovechar el optimismo que va a generar la salida de la recesión para sentar las bases de las necesarias transformaciones.