Varios pozos de petróleo ardían ayer en Irak y proyectaban hacia arriba inmensas columnas de humo. Los temores se cumplen. No hace falta ser un experto para destrozar un pozo en producción. Ni siquiera se necesitan explosivos, aunque es obvio que ayudan a la faena. El problema es que vuelvan a funcionar.

Además del desastre ambiental, Mariano Marzo, catedrático de Recursos Energéticos de la Universidad de Barcelona, explica que perder un pozo resulta muy costoso tanto por el precio de la estructura, nada barata, como por el tiempo que deja de producir. Si se inutilizasen los 1.685 pozos existentes en Irak y hubiera que reconstruirlos, dice Marzo, "serían precisos al menos dos años y 28.000 millones de euros (4,65 billones de pesetas)". A ello habría que sumar otros 19.000 millones de euros (3,1 billones de pesetas) dejados de generar por la inactividad.

En cualquier caso, mientras un pozo arde --incluso durante años--, el campo petrolífero que lo nutre puede seguir explotándose por otros conductos, por lo que el daño dependerá de la intensidad de los sabotajes. Es más, la combustión del petróleo agota las reservas a un ritmo más lento que la típica explotación comercial.

Los incendios inesperados son habituales en los pozos, especialmente por la presencia de gas, por lo que las instalaciones más modernas cuentan con cierres de seguridad. Si empieza a arder la columna, puede cortarse en seco el fluir del petróleo. Ahora bien, el problema es que la instalación esté dañada. "Basta con romper la válvula de seguridad y un simple tubo, y luego poner una cerilla, para provocar un incendio", explican fuentes del sector. Si se trata de un bombardeo o se emplea explosivos, los destrozos se multiplican.

DINAMITA Y NITROGLICERINA

Para apagar un fuego hay varias posibilidades. La más habitual, el sistema americano, es provocar una gran explosión que consuma el oxígeno del ambiente y apague la llama. Normalmente se emplea nitroglicerina o dinamita. Luego se tapona el agujero con algún producto sólido (se ha de proceder con suma rapidez para evitar que las llamas vuelvan a prender). Durante El proceso se ha de añadir agua a raudales para evitar la asfixia de los trabajadores, puesto que pueden alcanzarse hasta 3.000 grados centígrados, muchos más que en un fuego normal.

La segunda opción, más barata pero menos usual, es de origen ruso y se ensayó en Kuwait en 1991. Se trata de cargar en un camión una gran turbina de un avión y ponerla a funcionar. El CO2 que expulsa, como resultado de la combustión, se enfoca hacia el fuego y lo apaga. Finalmente, también es posible usar hidrógeno líquido.