Gema Cantos (49 años) es voluntaria de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), visitando en el hospital a enfermos que lidian con algo que conoce bien. «Cuando salgo de allí soy feliz porque sé que he podido ayudar a alguien. Y a lo mejor ha sido algo tan básico como acercarle un libro porque no podía moverse de la cama. Pero cuando tú has sido quien ha estado en esa situación, valoras lo importante que es tener a alguien allí», cuenta. Para ella, ese ‘alguien’ fue su marido; y ‘esa situación’, el cáncer de útero que le diagnosticaron hace siete años y del que ya está considerada «superviviente» tras cinco años sin rastro de la enfermedad. Escucharlo fue gratificante.

«Los tratamientos han avanzado una barbaridad. Cuando yo lo pasé, la terapia fue dolorosa, solo se aplicaba en Madrid y duraba horas. Ahora lo hacen en Badajoz, en cinco minutos y ni te enteras», valora. Como a la mayoría, el cáncer le llegó de forma inesperada y el paso por la enfermedad no estuvo exento de momentos malos. «Solo quería que estuviera a mi lado mi marido. No necesitaba que me dijera nada, solo que estuviera», recuerda. También estuvo «enfadada con el mundo» porque con el cáncer afloraron otras enfermedades latentes, en su caso una fibromialgia. «El cáncer pasa, pero tu vida cambia y tienes que adaptarte», dice. Tras dejar de trabajar, la psicóloga de la AECC le sugirió buscar una actividad que le motivara. «Pensé que siempre había querido estudiar inglés y que, como quería viajar, me podría venir bien», recuerda. Y no se pierde sus clases.