ASabino Calderón le quedaban 21 días de paro. Lleva ocho años en Madrid, uno de ellos buscando trabajo, y tiene a una mujer y cinco hijos en Ecuador. Estos son los números que le obsesionaban hasta que ayer comprobó que el 78.294, el número del único décimo que había comprado en la administración de su barrio, había sido agraciado con el gordo de la lotería.

Su suerte había cambiado como la de los miles de personas que adquirieron el 78.294, un premio que tardó en salir y que el lunes por la tarde aún colgaba de las vitrinas del despacho de lotería esperando llamar la atención. Calderón fue uno de los pocos agraciados que ayer se acercó hasta la administración, situada en la calle de Bravo Murillo, la arteria más comercial del barrio madrileño de Tetuán, uno de los que albergan a más inmigrantes de la capital.

Su propietario, Antonio Bonet, explicaba que el establecimiento tiene más de 20 años y que nunca había repartido un gordo. "Al escucharlo supimos enseguida que lo habíamos vendido nosotros y nos entró la euforia", relataba después de brindar con sus tres empleadas, familiares y amigos. Bonet confesó que el lunes antes de cerrar "pensó en llevarse uno para casa" pero al final no lo hizo porque ya se había quedado con "demasiados décimos". El lotero aún no había calculado cuántos millones había repartido, puesto que tuvo que devolver una pequeña parte de las series. Eso sí, estaba contento de que vecinos y empleados del grupo Marsans, propietario de la aerolínea Air Comet, que ayer precisamente anunció su cierre, se hubiesen llevado la mayor parte.

La división Madrid-Centro del grupo, que abarca unas 200 oficinas de Madrid, Extremadura, Canarias y buena parte de Castilla-LaMancha, compra habitualmente el número a repartir entre los trabajadores en dicha administración, aunque no siempre el mismo, por lo que los millones viajaron a buena parte de España. El gordo dejó en Mérida, solo entre los empleados de la agencia, 4,2 millones de euros.

A muy pocos metros del inmenso barullo formado alrededor de la administración intentaban trabajar Beatriz y Pedro, en una oficina de Marsans en Madrid. Beatriz compró un décimo y Pedro tres, que repartió con sus padres y hermanos. Ambos pensaban dedicar los millones a pagar un coche y su casa. "A ver si logro que mi novio se quiera casar conmigo ahora que soy millonaria", bromeaba ella.

LA PERSECUCION Beatriz y Pedro pasaron desapercibidos para la mayor parte del aluvión de periodistas congregados en Bravo Murillo, pero no para los representantes de los bancos que, incluso de tres en tres, les atosigaban con sus tarjetas. "Te ofrecemos gestionar el premio sin gastos", le ofrecía un comercial. También en la calle los agentes del sector financiero perseguían a los agraciados: "Solo dame tu teléfono", les repetían sin cesar hasta que acababan dando su brazo a torcer.