Fue una bebé sana y glotona pero a los dos o tres años pasó a ser la niña enferma de su casa, de su vecindario y de su colegio. «Siempre estaba malita con diarrea, vómitos, dolores de barriga, desnutrición... fue una infancia dura a pesar de que mi madre se desvivía por alimentarme», recuerda Angélica Trejo, vecina de Badajoz. Eso le afectó al carácter: «Era la niña buena y tranquila, pero cómo iba a ser inquieta si no tenía fuerzas», dice. Nadie sabía qué le estaba ocurriendo.

En la adolescencia los síntomas mitigaron y su situación mejoró, aunque su desarrollo fue más tardío, y no fue hasta que se quedó embarazada de su primer hijo cuando volvió a estar mal. «Me estaba muriendo y no sabían por qué. Me pasé diez años con anemias, con problemas de salud que se iban agudizando cada vez más: problemas óseos, artritis, digestivos, dermatológicos y también psicológicos porque terminas deprimiéndote sin saber qué te está pasando». Hasta que a los 31 años un médico digestivo que le vio en un estado ya «lamentable y grave» le habló por primera vez de la posibilidad de ser celiaca. «Me hizo la analítica específica que dio positivo y luego una biopsia intestinal que confirmó el diagnóstico: todos mis problemas venían por la celiaquía».

Y ahí comenzó a cambiar su vida por completo, sin medicación, solo con una dieta sin gluten. «Una vez que empiezas a comer lo correcto mejoras muchísimo, todo va a mejor y tu vida cambia totalmente. Tengo secuelas de un diagnóstico tardío, derivados de la falta de nutrientes y de una descalcificación de huesos, llevo desde los 30 años con artrosis, por ejemplo, pero ahora con 60 años me encuentro mucho más fuerte que antes». Al poner nombre a todos sus problemas Angélica tuvo sentimientos contradictorios: «por una parte fue un descanso emocional y me quitó el miedo porque me estaban buscando algo malo: linfomas, leucemia... De hecho, la celiaquía es la enfermedad que más les gusta diagnosticar a los médicos. Luego, por otra parte, piensas que era algo sencillo que me podría haber evitado problemas mucho antes con una simple dieta».

Aún con el diagnóstico en la mano, todavía había especialistas que no se creían que sus problemas fueran por eso. «La celiaquía se asociaba más a la infancia y he tenido que escuchar de todo», lamenta. Hasta entonces ella conocía poco sobre esta enfermedad. «Me hablaron algo cuando nació mi hijo porque tenía diarreas crónicas y alguna vez pensé que su problema podría estar relacionado con el mío». Y así resultó. Porque sy hijo está genéticamente predispuesto a la celiaquía. «Tiene esa genética pero en estos momentos no está diagnosticado porque el gluten no le hace daño, quizás más adelante sí». Angélica lleva 28 años de dieta sin gluten. «Antes había un pan y una pasta que eran como plástico, ahora los fabricantes han mejorado mucho y los productos están mejor conseguidos».

Y ella vive más feliz y lleva una vida más normal: «el cuerpo se acostumbra a vivir con en esa situación de debilidad y vas sobreviviendo pero el diágnostico es lo mejor que te puede pasar; ahora con 60 años me encuentro mucho mejor, con más fuerza, que cuando tenía 30 y con mucha diferencia, a pesar de las secuelas del diagnóstico tardío».