La biografía del Real Monasterio de Santa María de Guadalupe carga ya con unos 700 años de pasado. Una historia gloriosa que se inició de forma pequeña y que a lo largo de los siglos ha registrado visitas de reyes, épocas oscuras e incluso polémicas políticas.

Todo comenzó un día de finales del siglo XIII o principios del XIV, cuando, según cuenta la leyenda, el pastor de Cáceres Gil Cordero encontró junto al río Guadalupe --río escondido en árabe-- una de sus vacas muertas. Cordero se disponía a recuperar su piel en el momento en el que se le apareció la Virgen María y le anunció que bajo unas piedras encontraría una imagen suya, en el mismo lugar en el que debía construirse una iglesia.

Esta leyenda asegura que cuando Cordero regresó a su casa encontró a su hijo muerto, y tras invocar a la Virgen éste resucitó. Los clérigos de la zona, asombrados por el milagro, se dirigieron al lugar indicado por el pastor y allí, donde la aparición había anunciado, hallaron la imagen, que recibió del río el nombre que aún hoy conserva, el de la Virgen de Guadalupe.

Nueva ermita

Allí se levantó una ermita, pero su destino era bastante más grandioso. A partir de aquí termina la leyenda y arranca la historia. En 1335 Alfonso XI contempló el estado ruinoso del pequeño templo y se lo comunicó a la corte de Benedicto XII, cuyo papado se afincaba en la localidad francesa de Avignon. El papa ordenó su reforma, pero no sería hasta 1340, tras su victoria en la batalla de Salado, cuando el propio Alfonso XI regresó a Guadalupe y ordenó ensanchar el lugar, que posteriormente declaró como su real patronato.

No pasó mucho tiempo hasta que el monasterio pasó a manos de la orden de los monjes Jerónimos, que gobernaron el lugar durante más de cuatro siglos, entre 1385 y 1835. Marcando el inicio de un siglo negro , en 1809 el monasterio fue saqueado e incendiado por tropas francesas, y en 1835 la desamortización provocó la marcha de la Orden Jerónima y la pérdida de gran parte de sus riquezas.

El celo de vecinos y párrocos consiguió frenar este expolio con la declaración, el 1 de marzo de 1879, de Monumento Nacional, aunque no se avanzó en su restauración. Pero la lucha por su recuperación continuó y acabó dando sus frutos unos años después.

Concretamente el 20 de marzo de 1907, cuando la Virgen de Guadalupe fue declarada Patrona de Extremadura. Este primer paso para el resurgir del monasterio fue refrendado apenas un año después, en 1908, cuando la Comunidad Franciscana recibía el monasterio.

Guadalupe volvía, por fin, a ser objetivo de culto y veneración en toda España y el 12 de octubre de 1928 el cardenal Pedro Segura y el rey Alfonso XII coronaban a la sagrada imagen de Nuestra Señora de Guadalupe como Hispaniarum Regina --"Reina de las Españas"--, lo que culminaba el rescate del olvido de este monasterio extremeño.

En 1955 Pío XII la declaró Basílica Pontifica y en 1992 le fue otorgada la Medalla de Extremadura, mientras que apenas un año después llegaría otra fecha clave en su historia: el 11 de diciembre de 1993, el día en el que la Unesco reconoció la condición de Patrimonio de la Humanidad para este bello monasterio.

En los años noventa se acometió una ampliación del edificio, llevada a cabo por el famoso arquitecto Rafael Moneo y hoy en día alberga en parte de sus estancias una hospedería.

Pero pese a su carácter eminentemente religioso, que en ningún momento ha perdido, en los últimos años el monasterio también ha sido motivo de disputas políticas.

La causa es sencilla. A pesar de acoger a la Patrona de Extremadura y estar ubicado en la localidad extremeña de Guadalupe, lo cierto es que técnicamente el monasterio no pertenece a Extremadura. Esto es así porque la división administrativa de las provincias eclesiásticas no coincide con los territorios políticos, de forma que el Real Monasterio de Guadalupe está adscrito a la Diócesis de Toledo.

Este tema siempre había estado presente, pero hasta el año 2004 nunca había sido un motivo de confrontación política. Durante la celebración del Día de Extremadura, el 7 de septiembre de ese año, el presidente de la Junta, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, reclamaba que la Iglesia reconociese el carácter extremeño de Guadalupe: "No es un capricho, ni siquiera una reivindicación. Es una necesidad". Y esto es así, añadió entonces, porque el monasterio es "un símbolo identitario que nos refuerza".

Siete siglos después parece que la historia de Guadalupe aún empieza a escribirse.