Llevamos 15 años con la moneda única, quince años de cambios económicos. Hay sobre todo dos cosas que revolucionan un país: la política cuando hay un cambio de régimen y la moneda.

Con la desaparición de la peseta, culminó en nuestro país el mayor cambio de moneda de la historia. Tras 134 años de bolsillo en bolsillo, nuestra moneda, fue retirada de la circulación y sustituida por el euro. Desaparecía nuestra moneda y perdíamos el referente del valor de los productos y servicios.

La ciudadanía en España siempre ha respondido. Tuvimos una transición perfecta, sin mayores problemas, incluso en Extremadura fue algo más complicada, pero de forma totalmente efectiva, al hacer frontera con Portugal, y tener en el mismo día euros portugueses y españoles.

España hizo la transición al euro ‘físico’ a partir del 1 de enero de 2002 con celeridad y sin problemas. Se había previsto que la peseta quedara fuera de circulación el 28 de febrero de aquel año, e incluso sobraron días del periodo de transición. Pero el Banco de España ya había anticipado sus recelos ante los riesgos que para la inflación iba a suponer la fijación de los precios en euros. Y una mayoría de los comerciantes y prestatarios de servicios, que se podían inclinar por las distintas modalidades para fijar lo que los expertos llaman ‘precios atractivos’ -los redondeados, los fraccionarios y los psicológicos- se decantaron por añadir céntimos y realizar redondeos al alza.

La transición de las antiguas monedas nacionales a la común también fue un éxito de organización en los 12 países que estrenaron el euro (Alemania, Francia, Italia, España, Benelux, Portugal, Austria, Grecia, Irlanda y Finlandia). Sin embargo, el euro fue impopular desde el principio por una sencilla razón: los precios de productos y servicios subieron más de lo esperado.Los resultados demostraron que ni los comercios ni las Administraciones Públicas cumplieron la promesa de convertir precios sin trampas.

SUELDOS POR DEBAJO / Desde el lanzamiento definitivo en España de la moneda única europea, los sueldos han subido muy por debajo de los productos básicos. Solo la tecnología es más barata.

Los precios han ido subiendo en todo, basta con un par de ejemplos, la entrada al Museo del Prado costaba, en la etapa final de la peseta, tres euros (al cambio), hoy cuesta 15 €. Tomarnos un café pasó de costar 100 pesetas a 0,90 euros al día siguiente.

Pero hay datos muy positivos, como el de las exportaciones: el euro permitió a empresas mejorar sus ventas en el exterior. Sin duda, supone una mayor capacidad de negociación. La contención de la inflación (que se ha mantenido por debajo de la media histórica de los países más rigurosos como Alemania), el abaratamiento del crédito (el BCE arrancó en 1999 con los tipos de interés al 3% y nunca ha pasado del 4,75%) o la desaparición del riesgo del tipo de cambio entre países europeos.

Hoy por hoy, existe una generación (los menores de 25 años) que no se acuerdan para nada de la añorada peseta. Pero la mayoría de los habitantes admitimos que el euro ha encarecido nuestras vidas. Muchísimos de los artículos, productos y servicios que hoy adquirimos cuestan casi el doble o más que cuando los pagábamos en pesetas. Sin embargo, los sueldos, en tanto, no han acompañado esa tendencia.

Rápidamente comprobamos cómo un café pasaba de costar 100 pesetas a un euro, cómo los establecimientos de «todo a cien» comenzaban poco a poco a marca sus precios a 1 euro, cómo Correos en lugar de pasar sus precios de pesetas a euros redondeaba al alza, y así un largo etcétera de suma y sigue.

Podríamos poner un centenar de ejemplos para llegar a la misma conclusión: el euro ha encarecido los precios a los consumidores, aunque también nos ha aportado un sinfín de beneficios.