Se ha marchado un mito. Una leyenda. Una de las cantantes líricas más importantes de finales del siglo XX y de comienzos del XXI. La llorará toda Barcelona, toda Cataluña y toda España, porque ella siempre se proyectó orgullosa de su ciudad y de su país, pero también de una España que amó intensamente. Pero asimismo la llorará medio mundo, allí donde su impecable técnica vocal, su pasión interpretativa y su virtuosismo -todo ello coronado con unos pianísimos demoledores, eternos y cristalinos nacidos de un fiato milagroso que la hizo famosa- sentaron cátedra y emocionaron al público.

La Caballé, diva, madre, esposa, pilar de una familia que con devoción se entregó a su talento, fallecía a los 85 años en el Hospital de Sant Pau en la madrugada del sábado 6 de octubre, días después de que su familia afirmara que se recuperaba de problemas en la vesícula, pero el destino deparó lo que nadie esperaba.

María de Montserrat Viviana Concepción Caballé i Folch se marcha, pero la Caballé se queda con quienes la hemos considerado una de las voces más importantes de la historia de la lírica, con un carácter y fuerza dramática sin parangón. Ella sabía llegar al público, convertida en la última de las auténticas prima donna y siempre con una sonrisa en la cara, aunque tras el telón fuera una mujer sencilla y con carácter. Su virtuosismo heredó de Maria Callas una parte importante de su repertorio, llegando a incorporar más de 150 obras entre óperas, cantatas y oratorios. A lo largo de medio siglo de actuaciones interpretó algo más de 80 personajes operísticos, siendo una de las más importantes recuperadoras del bel canto romántico, pero también una referencia en Puccini, Verdi y Richard Strauss.

Sus inquietudes artísticas, además de recuperar un importante catálogo de obras de Donizetti y Bellini, le hicieron interesarse por piezas como Tristan und Isolde (Wagner) o Semiramide (Rossini), además de participar en varios estrenos absolutos.

Pero la Caballé, como la llamaban, fue algo más: forma parte del imaginario colectivo de su ciudad sobre todo desde su participación en la ceremonia de presentación de Barcelona como ciudad olímpica junto al recordado Freddy Mercury. Así se hizo popular en todo el mundo.

Nos lega sus enseñanzas y una de las discografías más extensas de la historia, grabando obras que van desde el barroco a la música contemporánea, óperas completas, recitales de arias, de lied, zarzuela y canción catalana y española. En activo hasta hace muy poco -más de 50 años de trayectoria-, su carrera siempre estuvo vinculada al Liceu.

EN EL LICEU / Antes de cumplir 10 años comenzó su formación en el Conservatorio del Liceu con Pedro Vallribera, Eugenia Kemmeny, Conchita Badía y Napoleone Annovazzi, graduándose en 1955. Después de estudiar gracias al apoyo de becas y de mecenazgo privado comenzó su andadura con obras como la Novena Sinfonía de Beethoven; su debut operístico sería con Serpina, de La serva padrona de Pergolesi, en Reus.

Después de una gira de audiciones por Italia, ingresó en el Teatro de Basilea en 1956, donde debutaría como Mimì de La Bohème. Allí asume títulos como Pagliacci, Tosca, Tiefland (D’Albert), Don Giovanni, Così fan tutte, Aida, Principe Igor, Cuentos de Hoffmann, y Salome y Arabella de Richard Strauss. Participó en el estreno absoluto de Tilman Riemenschneider, de Von Pászthory, debutando como artista invitada en la Staatsoper de Viena (Salome). En Bremen inauguró la temporada 1959-60 con Ginevra de Ariodante (Händel) y allí incorporaría títulos como La Traviata, Il Trovatore, Die Fledermaus, La novia vendida, Armida y Evgeni Onegin, además de estrenar Lady Godiva, de Ludwig Roselius. Debuta en La Scala de Milán como una de las Muchachas-flor de Parsifal (Wagner).

En 1962 debuta en el Liceu barcelonés, el 7 de enero, con Arabella, año en que se presenta en San Sebastián, Florencia y Toulouse (en las dos últimas con El Pessebre de Casals), además de realizar en Barcelona su primera grabación, un disco de canciones de Toldrà. Hizo recitales por una cincuentena de ciudades españolas y debuta en A Coruña con Madama Butterfly (1963), donde conoce al que se convertirá en su marido, el tenor Bernabé Martí. Visita Centroamérica y debuta en Francia con Don Carlo de Verdi (Rouen) y en Madrid con la Orquesta Nacional de España con Las cuatro últimas canciones y la escena final de Salomé, ambas de Strauss.

En 1964 ya se había presentado en Suramérica y tenía todo a punto para debutar en Estados Unidos; en Nueva York reemplaza a Marilyn Horne en la ópera de Donizetti Lucrezia Borgia (Carnegie Hall, abril de 1965) alcanzando su consagración. Desde entonces triunfa en los escenarios más importantes, como el Festival de Glyndebourne (Der Rosenkavalier), el Met de Nueva York (Faust) o el Colón de Buenos Aires (Liù de Turandot), y en ciudades como Dallas, Bruselas, Filadelfia, París, etcétera, regresando a partir de entonces, y cada año, a su querido Liceu. Sobre el escenario comenzaba a escribir su leyenda al transformarse en parte fundamental del Donizetti renaissance convirtiéndose en una experta en el repertorio belcantista. Ya consagrada, en 1972 vuelve a La Scala con Norma mientras que en la Royal Opera de Londres se presenta con La Traviata.

Después de enriquecer su repertorio con los más variados estilos y autores, continúa grabando sin parar y consolidando su reputación internacional: melómanos de todas partes del mundo viajan a Barcelona en la década de 1980 solo para escuchar a la Caballé.

OBRAS OLVIDADAS / A finales del siglo XX y a principios del XXI, y a pesar de su avanzada edad, continúa su carrera incorporando obras hasta entonces olvidadas de autores como Saint-Saëns o Respighi. El concurso de canto que llevó su nombre se organizó en Andorra, la Seu d’Urgell y Zaragoza. En activo hasta hace pocos meses, en la última etapa de su carrera sus actuaciones se centraron en recitales y conciertos, principalmente en Alemania y Rusia, países donde era tremendamente popular. En los últimos años también tuvo sonados problemas con Hacienda, deudas que pagó puntualmente.

Entre otras distinciones, obtuvo la Medalla de Oro de la Generalitat de Cataluña y el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, siendo nombrada, además, embajadora de buena voluntad de la Unesco.

Le sobreviven su marido, Bernabé, y sus hijos Bernabé y la también soprano Montserrat Martí.