Hace 11 años Isabel Rolán recibía una terrible noticia: padecía un linfoma de Hodgkin, una tipología de cáncer que se desarrolla en el sistema linfático. Se había detectado tarde y ella ya se encontraba muy enferma. Tanto que, recuerda ahora, los médicos creían que iba a morir. Pero una década y seis operaciones después Isabel puede contar la historia de una enfermedad "en remisión total" porque, según relata, decidió luchar hasta el final.

--¿Cómo fue ese momento en el que supo que tenía cáncer?

--Es como una losa que te cae encima. La palabra cáncer es una palabra tabú, que se compara con todo lo peor y que se iguala a muerte. En aquel momento pensé: Voy a luchar y a seguir para adelante, con la ayuda de mi familia y de mis amigos.

--¿Cómo recuerda aquellos momentos?

--Estuve cuatro meses ingresada, no podía caminar, tuve que aprender a andar y a comer de nuevo. Hasta las niñas de la quimioterapia le preguntaban al médico que cuándo iba a tirar la toalla. Gracias a Dios que tengo un oncólogo maravilloso, de esas personas que dicen que no tiran la toalla y si la tiran la recogen.

--¿Dónde hizo el tratamiento?

--Fue en Badajoz. Tenemos la suerte de tener buenos oncólogos aquí y los tratamientos son los mismos. Desgraciadamente mucha gente piensa que es mejor ir a otro sitio, pero cuando no hay soluciones no las hay en ningún sitio.

--¿Realmente cree que es así?

--El estar en un hospital pequeño tiene muchas ventajas. En primer lugar porque hay menos aglomeración y los tratamientos se dan en el tiempo que se tienen que dar, como ocurre con los ciclos de quimioterapia. Cuando hay un tumor que tiene solución los tratamientos que se pueden dar aquí se dan igual que en cualquier otro sitio.

--Cuando echa la vista atrás, ¿saca algo en claro de aquello?

--Que la palabra cáncer no equivale a muerte, es igual que otras muchas enfermedades. Se le tiene más miedo que al resto, pero no es la primera causa de muerte, es la segunda. Hay mucha gente que sigue teniendo ese mismo miedo y otras personas que se acostumbran. Personalmente prefieron tener cáncer que otras enfermedades. El cáncer puede llegar a ser como otra enfermedad crónica cualquiera.

--¿Cómo lo pasan las familias en un caso así?

--Mucho peor que el paciente. Mi exmarido también tuvo cáncer, y aunque yo estuve mucho más grave que él, lo pasé mucho peor cuando estuvo enfermo. Porque tú sabes cómo puedes luchar y, además, normalmente solo conoces una parte del problema. Cuando acompañas a un familiar sabes todo lo que le ocurre y estás esperando el peor desenlace. Y no tienes claro cómo lo va a superar...

--¿Qué le diría a alguien que acaba de conocer esa noticia?

--Que hay que afrontarlo. Mi forma de ver la vida es que hoy estamos aquí y tenemos que vivir hoy, porque mañana no existe todavía. Que se hagan todos los tratamientos, porque hay un 50% de personas que superan el cáncer y lo convierten en una enfermedad crónica. La mente tiene un poder grandísimo. Conocí a una persona con un tumor mortal a la que le dijeron que le quedaban tres meses de vida. Pues luchó y esos tres meses se convirtieron en tres años. Cuando uno va a darse quimioterapia no se puede pensar en que tiene efectos negativos, sino en que esto es lo que me está curando.

--¿Y cómo se hace eso?

--Cada persona tiene algo por lo que luchar y hay que buscar ese algo por lo que luchar. Unos son los hijos, otros el marido, otros el proyecto de vida... El cáncer me ha abierto los ojos, me ha hecho ver las cosas de otra forma, vivir la vida de otra forma y tener un proyecto de vida muy bonito.

--¿Por qué luchó usted para salir adelante?

--Por mis hijos y por mi madre. Empecé a luchar por ellos, aunque después vi que también luchaba por mi vida.