Perplejidad. Esa era la sensación más generalizada ayer en toda Mallorca. A nadie le resultaba fácil asimilar que ETA se hubiera atrevido no solo a atentar en la isla --considerada un búnker casi inaccesible ante la inminente llegada de la Familia Real--, sino a hacerlo en uno de sus puntos más concurridos, ya que Palmanova, en el término de Calviá, el municipio más rico de Europa, es lugar de acogida de miles y miles de turistas.

Sobre esa multitud de ciudadanos y turistas perplejos se cernió a lo largo de la tarde la sombra del caos. Un caos que no llegó a materializarse en toda su crudeza gracias a la comprensión casi infinita de los isleños y, sobre todo, a la serenidad con que afrontaron los hechos aquellos que empezaban o acababan sus vacaciones.

La amenaza del caos se hizo especialmente tangible con el cierre casi inmediato del aeropuerto de Son Sant Joan, del puerto de Palma y de todos los puertos deportivos de la isla. Al cierre de esta edición, el puerto de Palma operaba aún con grandes restricciones y allí permanecían atracados cuatro enormes cruceros en los que debían embarcar miles de turistas (el jueves es el día en el que llegan a Palma los cruceros turísticos).

El aeropuerto, en cambio, sí pudo recuperar la actividad tras permanecer clausurado unas dos horas, entre las cuatro y las seis de la tarde. El cierre afectó al menos a 47 vuelos (26 de salida y 21 de llegada) entre cancelaciones y retrasos, y los pasajeros solo pudieron embarcar tras pasar un riguroso escrutinio policial. En el primer piso de Son Sant Joan, todo el mundo protestaba por lo mismo de siempre: la falta de información. "Entiendo todo lo que ocurre, pero, por favor, que alguien en el aeropuerto nos dé información", imploraba Elisabeth, que tenía un vuelo de Air Europa a Madrid con salida prevista a las 18.40 horas.

La operación Jaula afectó también a las carreteras, aunque solo algunas, principalmente las de entrada y salida a Calviá, las de entrada y salida a Palma y aquellas que afectaban al aeropuerto, sufrieron controles, que provocaron grandes retenciones, algo poco habitual en la isla.

La mayor zozobra, lógicamente, se produjo en Palmanova, Calviá y sus alrededores, pues la policía sospechó que al coche explosionado le podía seguir algún otro artefacto situado en un vehículo trampa. Tras recomendar a los turistas hospedados en las calles adyacentes que no salieran de los establecimientos, una vez localizada la segunda bomba la policía desalojó a los cientos de personas que permanecían en los edificios de las inmediaciones, lo que provocó algunas escenas de desconcierto.

MIEDO "Tras la crisis y la gripe A, ya solo nos faltaba un atentado para complicarnos más la vida", señalaba Carlos Delgado, alcalde de Calviá, que, nada más concluir el pleno de su consistorio, salió a la calle y encontró "a toda la población asustada, las calles cerradas y la gente creyendo que había ocurrido un accidente de tráfico". "Siempre habrá un antes y un después del atentado de Palmanova", dijo.

Ramón Socias, delegado del Gobierno en Baleares, pidió "comprensión" a mallorquines y turistas. Como reconoció Maria Antònia Munar, presidenta del Parlamento balear, "es evidente que ETA aún tiene poder para asesinar ilusiones".