El comandante en jefe de las fuerzas británicas en el golfo Pérsico, mariscal del aire Brian Burridge confirmó ayer a la emisora BBC lo que ya parecía evidente: "Nunca dije que esto iba a ser rápido; lo que siempre he dicho es que esto durará lo que haga falta". Es decir, hay que prever una larga contienda en Irak.

Porque el mariscal Burridge hablaba mientras sus fuerzas de artillería castigaban duramente la ciudad de Basora (la segunda del país, con una población de un millón y medio de habitantes), que supuestamente habían controlado por completo tres días antes. En los planes originales de las fuerzas invasoras, esa gran urbe iba a ser rodeada y evitada, para continuar el avance hacia Bagdad. Pero esa estrategia cambió ayer mismo, cuando medio centenar de tanques procedentes del centro de Basora --y, al parecer, pertenecientes a la 51 División de Irak cuya rendición se había anunciado cuatro días antes-- trataron de romper el cerco de la coalición aliada.

Después de esa batalla en las afueras de Basora, que ya llevaba dos días sin energía eléctrica ni agua corriente, los mandos militares británicos anunciaron que la ciudad se había convertido en "un objetivo militar legítimo" y empezaron a bombardearla con artillería pesada. También pidieron apoyo de la aviación norteamericana, que lanzó bombas guiadas de media tonelada contra edificios civiles en los que presuntamente se refugiaban los temidos fedayines de Sadam.

REVUELTA CONTRA SADAM

"Cuando se combate contra fuerzas no convencionales, es inevitable que algunos blancos aparezcan como no militares a los ojos de la población", se justificaba ante los periodistas el capitán Johnny Williamson de la Séptima Brigada Acorazada, cuyos integrantes son conocidos como las ratas del desierto .

Pero muy pronto se halló una explicación mucho mejor del bombardeo de Basora. Había estallado una revuelta popular contra Sadam y las tropas iraquís estaban cometiendo una carnicería --según los informes del espionaje-- así que los cañones británicos machacaban las posiciones de morteros con los que se estaba matando a la población. La sede del partido Baaz en la ciudad fue bombardeada y las tropas se desplegaron para asaltar la metrópoli, aunque --ya oscurecido-- los mandos militares decidieron aplazar el ataque terrestre.

Según el portavoz militar británico, coronel Chris Vernon, las tropas aliadas se disponían a "desgastar a las fuerzas iraquís en la ciudad y facilitar ayuda humanitaria a sus ciudadanos", aunque debían enfrentarse a importantes concentraciones de infantería, con tanques y artillería, que se habían refugiado en Basora, de nuevo pertenecientes a la famosa 51 División que no acababa de rendirse. En cambio, desde el mando central en Qatar se describía la situación de otra forma. Eran un millar de fedayines con armas ligeras los que estaban aterrorizando a la población y hostigando a las fuerzas de la coalición.

LA BATALLA DE NASIRIYA

La otra gran batalla de la jornada se libró más al norte, en Nasiriya, donde el Séptimo Regimiento de Caballería logró atravesar la ciudad bajo fuego enemigo y unos 4.000 marines cruzaron el río Eufrates, para reanudar su avance hacia Bagdad dejando detrás una ciudad hostil. Decenas de cadáveres, quizá un centenar, se alineaban en la carretera al paso de las fuerzas norteamericanas.

Aunque es imposible hacer un balance de víctimas de esa batalla, aún más al norte, en Najaf, el comandante de la Tercera División de Infantería, Kenneth Preston, estimó que en dos días de combates en esa zona habían muerto unos 500 iraquís. Ese es el cuerpo de Ejército con el que el Pentágono contaba alcanzar Bagdad en pocos días, pero su avance se había interrumpido por la feroz resistencia encontrada en Kerbala. Además, la carrera militar hacia la capital se vio frenada por una gran tormenta de arena, que impidió el vuelo de los helicópteros Apache encargados de destruir las posiciones enemigas con sus devastadores misiles Hellfire (fuego del infierno).

BOMBAS EN LA ´ZONA ROJA´

Ya en la zona roja en torno a la capital, las unidades de élite de la Guardia Republicana --bastión de Sadam dentro de su propio Ejército-- fueron sometidas a un bombardeo aéreo de tal potencia que las explosiones hacían temblar los edificios en Bagdad, a kilómetros de distancia.

Antes de llegar a las puertas de la capital, el Quinto Cuerpo de Ejército de EEUU deberá enfrentarse a la División Medina que está atrincherada junto a Kerbala, a unos 100 kilómetros de Bagdad. Pero, hostigadas por pequeños grupos armados irregulares, las fuerzas norteamericanas han tenido que detenerse a tomar aliento. Muchos estrategas advierten de que el frente se ha extendido demasiado y la escasísima visibilidad --en ocasiones, de sólo cinco metros-- también dificulta el abastecimiento de las columnas mecanizadas.

No hay duda, pues, de que la batalla de Bagdad tendrá que esperar al aprovisionamiento y reagrupación de las tropas invasoras, cada día más lejos de sus suministros de gasolina, agua y víveres. Y, para complicar aún más la logística, en su retaguardia han dejado numerosos frentes abiertos. Nadie dijo que una guerra fuera fácil o rápida, pero ésta de Irak se empieza a complicar bastante más de la cuenta.