Juan Antonio Pavón y María José Remedios cumplieron su deseo de formar una familia hace siete años. Fue entonces cuando consiguieron traer a Cáceres a sus dos hijos, dos mellizos nacidos en Rusia a los que Juan Antonio define como «nuestros dos regalitos». La idea de adoptar un niño era una opción que habían hablado entre ellos, cuenta, desde mucho tiempo antes de comenzar los trámites, «incluso cuando éramos novios la llegamos a comentar». Tras «siete u ocho años» de casados sin que llegaran los hijos biológicos se decidieron a ello, animados también por otra pareja que ya había adoptado en Rusia.

El proceso de adopción se prolongó durante 19 meses. «En nuestro caso hubo suerte en cuanto al periodo de tiempo pero las dificultades también fueron muchas», precisa Juan Antonio. Entre otras, que durante el primero de los tres viajes que hicieron a Rusia, tras tener preasignados dos menores, «y cuando llevábamos ya los papeles», se les dijera que no iba a ser posible la adopción. Sin embargo, tras esta desilusión inicial, «en el último momento, preparando la vuelta anticipada, nos llamaron porque se había producido alguna renuncia». Fue entonces cuando pudieron conocerlos. Tenían apenas un año y diez meses —cumplieron los dos años en el viaje que los trajo a España, ahora tienen nueve— y estaban en un orfanato de Los Urales. «Nosotros tuvimos suerte y fuimos con cinco o seis grados bajo cero, pero durante el año son 20 o 25 bajo cero».

Después de eso vino «una locura de papeles: informes médicos de siete especialistas, de las condiciones económicas que tienes…». Aunque siempre con la incertidumbre de que pudiera surgir alguna circunstancia imprevista que pusiera en peligro la adopción, el desenlace fue, finalmente, el deseado. «Hay muchos compañeros que conocemos que han hecho hasta seis o siete viajes, han tenido una preasignación, y han acabado volviéndose de vacío», incide Juan Antonio. Este profesor de Derecho Administrativo en la Uex es, además, presidente de la Asociación de Familias Adoptantes de Extremadura (Afadex), un colectivo que agrupa a solicitantes de adopción, sea cual sea la etapa del proceso en la que se encuentran, desde el momento en el que se toma la decisión de prohijar hasta cuando ya se ha conseguido ampliar la familia.

Cuando llegaron a España, recuerda, «los primeros días te quedabas con la boca abierta de cómo comían, de limpio, de bien y pronto. Se duchaban y bañaban solos….». También llegaron con algunos déficits, que en su mayor parte han ido desapareciendo poco a poco. «Tenían muy poco desarrollada la psicomotricidad. Vinieron un verano y fue parque y piscina todo el día para tratar de estimularlos», detalla.

La adaptación ha sido buena, los niños «sociabilizan bien», han hecho siempre deporte y han empezado también a cursar danza en el conservatorio de la diputación. Sin embargo, también ha habido dificultades. Uno de los menores sigue tratamiento logopédico a causa de una dislexia provocada, indica, por fallos cometidos durante su escolarización. «No sabía aún español y ya querían que leyese», arguye. En este sentido, incide en la necesidad de contar con profesionales preparados para atender a los menores adoptados dentro y fuera de España ya que, remacha, hace falta más «especialización tanto en el ámbito educativo como en el sanitario». «En otras comunidades hay una unidad de pediatría social especializada», aduce. En su caso, cuando llegaron los niños tuvieron que ir «hasta a cinco o seis especialistas». «En la escuela y en medicina hay un desconocimiento total. Son niños que en un determinado momento pueden tener dificultades y son dificultades a las que hay que dar respuesta», sentencia.