Este abogado cacereño comenzó a llevar casos de divorcio en 1984. Apenas habían pasado tres años desde que el Gobierno de Adolfo Suárez sacara adelante, no sin oposición y polémica, la ley que los regulaba. Más de dos décadas en las que "se han roto muchos tabús" y en las que se ha conseguido que la disolución del matrimonio civil se vea "con normalidad". En cualquier caso, este letrado matiza que el importante componente rural de la sociedad extremeña todavía pesa en la actitud con la que se afronta la ruptura del matrimonio.

--¿Con la entrada en vigor de la nueva ley, se esperaba un aumento tan significativo de los divorcios?

--Sí, es algo que tenía claro. Sabía que en el momento en que se eliminara el carácter obligatorio de la separación la gente optaría por el divorcio de forma preferente. Normalmente, cuando la gente decide separarse, ya ha tomado una decisión definitiva y muy meditada. Ahora puede ahorrarse un trámite que, sea o no de mutuo acuerdo, no dejaba de ser un engorro y un coste innecesario. En mi experiencia, desde que ha entrado en vigor la reforma, no he tramitado ni una sola separación. Todo han sido divorcios.

--¿Cree que la nueva ley ha traído consigo un aumento global de las rupturas matrimoniales?

--La reforma por sí misma no creo que lo incremente. Lo que ha hecho es facilitar la solución del problema en la medida en que quita un trámite, pero la gente no se divorcia más porque le resulte más fácil, sino porque no le queda otra alternativa. Además, a efectos prácticos, hacía años que los jueces no exigían una causa para conceder la separación, como se contenía en la ley del 81. En cuanto los dos quisieran separarse, con independencia de las causas que cada uno alegara, se les concedía porque había una ruptura del afecto. En este sentido, lo que ha hecho la reforma es incorporar a la letra de la ley lo que era una práctica judicial.

--¿Acabarán desapareciendo las separaciones?

--Se convertirán en algo residual porque no tienen utilidad práctica. La gente no decide separarse así como así. Lo piensa y le da muchas vueltas. Primero, porque hay un coste determinado, y luego porque, aunque sea de mutuo acuerdo, siempre se genera algún pequeño trauma. Aquí no existe la cultura del divorcio que hay en otros países, en los que una persona se casa y divorcia varias veces.

--¿Percibe cambios en el perfil de las parejas que acuden a su despacho para divorciarse?

--En los últimos años es posible que el divorcio se haya generalizado a estratos sociales y edades diferentes. Por ejemplo, ahora se lo plantea más la gente mayor, de cincuenta y tantos o sesenta años, sobre todo mujeres, que antes no se atrevían a dar el paso. También, a medida que se ha extendido la cultura del divorcio , aumenta la proporción de parejas que se divorcia de forma consensuada. La gente ya ve el divorcio como algo más normal y quiere resolverlo tal como se hace con otros conflictos sociales. Las parejas ahora se tiran menos los trastos a la cabeza.

--Otro de los cambios introducidos por la ley era el de la patria potestad compartida, ¿qué efectos está teniendo?

--Las parejas se lo plantean ahora con más frecuencia, lo que va introduciendo un cambio de cultura positivo. Es algo que, aunque se podía hacer antes, al no incluirlo la ley, resultaba más complicado.