Manolo Bermejo sabe bien en qué consiste ser perseguido por la orientación sexual. Sabe lo que es ser arrestado sin motivo y pasar la noche en la comisaría, sin conocer el porqué ni la posible consecuencia. Pero también sabe lo que es casarse con su pareja de toda la vida, José Román, y poder celebrarlo con una fiesta de lo más tradicional. La única diferencia con la típica boda: la declaración como marido y marido.

Manolo y José son el ejemplo de la evolución que ha vivido este país en el reconocimiento de los derechos a los gays, lesbianas, sexuales y transexuales. Queda mucho por hacer, pero hoy ellos, que llevan comiendo perdices "muchos años", no solo llevan en el dedo una alianza simbólico, sino la que les equipara en derechos con cualquier otro matrimonio.

Toda una vida juntos

Tras toda una vida de convivencia, Manolo, que procede de Sevilla, y José, que es de Valverde de Leganés, protagonizaron el primer sí, quiero intercambiado entre dos hombres en Extremadura. Como pareja del mismo sexo, se les adelantó otra formada por dos mujeres que, curiosamente, también se celebró en Mérida. Ellos acudieron allí en octubre del 2005, acompañados de 200 amigos y familiares, para comprometer ante la ley lo que mucho tiempo atrás se habían prometido el uno al otro: estar junto en lo bueno y lo malo.

Todo empezó 30 años atrás en Madrid, donde ambos vivían por motivos laborales. Pese a tratarse de una época en la que los homosexuales estaban perseguidos por la ley --el franquismo los equiparaba a los "vagos y maleantes"--, sus familias entendieron, con ciertas reticencias en algunos casos, pero bastante apoyo en general. Allí José empezó a trabajar en diferentes empresas, mientras Manolo se dedicaba a la hostelería y daba sus primeros pasos como artista transformista --su nombre era Manolo Sevilla --.

Su personaje principal era Lola Flores, cuenta añadiendo con orgullo que los vestidos se los cosía el mismo. "Algunos incluso los han sacado otras artistas en la tele", presume. Sin embargo, destaca que ese mundillo "del ambiente" nunca le ha llevado a desmelenarse, especialmente desde que conoció a José, su gran amor recíproco, si bien fue un flechazo a segunda vista. "Nos conocimos en un bar, pero yo le presté más atención a él que él a mí, y luego nos encontramos en una sauna y ocurrió al contrario, pero a partir de ahí empezamos a quedar".

Y pronto se fueron a vivir juntos, como cualquier otra pareja. Eso sí, sin posibilidad de casarse y sin formalizar tampoco la relación como pareja de hecho, por considerar que "siempre tenían pegas". Desde un primer momento, uno y otro se presentaron a sus respectivas familias y solo el padre de José les conoció primero como "amigos" y después ya, una hija, le advirtió que José y Manolo eran "lo mismo que ella y su marido", lo que no causó más problemas.

Desde entonces, son dos habituales de las calles de Valverde de Mérida, donde acudían regularmente para pasar sus vacaciones hasta que se jubilaron y decidieron trasladarse a vivir allí --ambos superan los 60 años--, en una casa que se hicieron hace diez años. Ahora residen entre el municipio pacense y un cámping de Huelva, donde también tienen una propiedad, y también pasan algunas temporadas en Sevilla.

"Vivimos muy bien", reconoce Manolo, que se siente tan feliz que no duda en bromear con que lleva, junto con su marido, "muchos años comiendo perdices". Una sensación que experimentó uno de sus puntos álgidos en octubre del 2005, cuando pudieron formalizar su matrimonio y lo que celebraron "por todo lo alto", según sus propias palabras. Una manera no solo de resarcirse por las antiguas persecuciones, sino también de acceder a los mismos derechos que cualquier otra pareja, de la que en poco pueden diferir.

En cuanto a la respuesta de la sociedad, se sienten muy respetados e incluso queridos, por ejemplo, en Valverde de Mérida. Y, si alguien les ha hecho algún desplante, Manolo ni siquiera se ha dado cuenta: "lo que me importa es mi familia y la familia de José, una vez que le conocí, al posible rechazo del resto de la gente no le he prestado la más mínima atención".

"Nuestro lema es respetar y que nos respeten; no nos importa la vida de los demás y solo queremos que nos dejen vivir la nuestra", defienden. Una sencilla receta para vivir felices y comer las citadas perdices.